La construcción de un nuevo colegio para la vida y la enseñanza

Pensar la educación

Uno de los mayores orgullos de la educación de Bogotá es la reconocida calidad de sus arquitecturas escolares. El esfuerzo sostenido por ofrecer colegios de gran calidad en sus espacios, instalaciones y entornos empezó hace más de 20 años. Para bien de la ciudad cada una de las administraciones, desde entonces hasta hoy, se ha esforzado en mejorar y superar lo realizado en materia de construcción de nuevos colegios. Construir los territorios de la escuela sobre lo construido adquiere plena validez y demuestra los beneficios de la continuidad de las políticas públicas educativas. Este empeño ha sido un gana-gana para todos, pero especialmente para los niños y jóvenes de  la ciudad, los grandes beneficiados y felices usuarios de esta nueva realidad educativa. 

Esta revolución en la arquitectura escolar significó una ruptura con los colegios construidos en serie, de modelo arquitectónico único, surgido como respuesta a la masificación de la educación y a las urgencias de atender la migración campesina a las grandes ciudades. Fueron los comienzos de una educación pública pobre para pobres. En los años 60, por ejemplo, se construyeron las llamadas escuelas “tipo Virgilio Barco”, un modelo de escuela estandarizado que constaba de 8 aulas, 6 salones de clase, uno para la rectoría, un salón de materiales o de profesores y unos precarios baños. Todas las aulas caían sobre un estrecho corredor central y una única puerta de entrada y salida. Sus ventanas no tenían vidrios, sino gruesos bloques de cristal que permitían el ingreso de una tenue luz pero a través de las cuales no se podía ver hacia el exterior. El lugar de recreo y formación era un pequeño lote en la parte de atrás de los salones. Eran sin duda un modelo de escuela para el encierro , el aislamiento, la instrucción y el disciplinamiento. Las llamaban “concentraciones escolares” y no le faltaba razón a su nombre.  

Una característica de la vieja arquitectura escolar eran los largos y abandonados muros de ladrillo que rodeaban las escuelas y los colegios. Un muro que convertía la escuela, idealmente sinónimo de libertad, en un encierro, en una suerte de panóptico que la aislaba de la sociedad. Con toda razón el pedagogo y ex alcalde Bogotá, Antanas Mockus, titulo Romper los muros de la escuela, uno de su libros críticos sobre la educación de la ciudad, escrito en la década los años 80. 

En los años transcurridos del presente siglo y en oposición al modelo arquitectónico estandarizado, se puede decir con orgullo que ninguno de los colegios construidos es igual a otro. Cada uno tiene un diseño particular, distinto, propio, que le da su identidad. De igual manera los viejos muros de ladrillo han ido reemplazados por cerramientos transparentes, que exponen los colegios a la mirada publica, lo integran al entorno del barrio y la comunidad.  Sin duda un gran avance y resultado de los concursos de méritos convocados por las distintas administraciones, lo cual ha tenido una enorme incidencia en la calidad de los espacios e infraestructuras educativas. Una gran transformación en la manera de construir nuestra educación. 

Hoy la gran mayoría de los colegios de la ciudad son espacios construidos para la libertad, para la enseñanza, para la pedagogía, para el aprendizaje, para el disfrute, para cuidar el ambiente, para la convivencia democrática, para la construcción de la personalidad y la socialización. 

Los colegios construidos “contribuyen directamente en la consolidación del paisaje urbano, ordenan y contribuyen al mejoramiento del sector y se convierte en sí mismos en un objeto educador. Plazoletas, andenes, zonas verdes aledañas, arborización, símbolos patrios, amoblamiento urbano, cerramientos transparentes, estacionamientos y ciclo parqueaderos son elementos con los que los nuevos colegios aportan al tejido de la ciudad, transformando su imagen y contribuyendo al bienestar de los habitantes del entorno.  Desaparecieron ya de la ciudad esos establecimientos educativos distritales cerrados con altos muros, coronados con concertina y plagados de publicidad comercial, que se parecían más a un centro penitenciario que a un colegio, generando un fraccionamiento en el perfil urbano. Hoy, la nueva arquitectura escolar ofrece a la ciudad centros abiertos, transparentes, amables con el ciudadano y propician una transformación de su entorno”. 

Como lo señala el arquitecto Alberto Ayerbe: “El proyecto escolar está concebido como un espacio democrático en todo el sentido de la palabra, facilitador y potenciador de los procesos que en él se realizan. Propicia el encuentro, las reuniones y el diálogo. Cumple con los estándares establecidos en las normas técnicas asegurando el confort de los estudiantes, la seguridad y la accesibilidad a todos sus espacios. 

Es sostenible ambientalmente: tiene reciclaje de aguas lluvias para sanitarios y riego, maneja estrategias bioclimáticas para aireación y temperatura interior, en él se clasifican las basuras, está construido con materiales de origen renovable, es en sí mismo un ejemplo de buenas prácticas medioambientales. 

Espacios flexibles, transformables, adaptables a las nuevas exigencias de la pedagogía. Es sensible a los cambios externos para proteger los procesos internos. Todos sus espacios, tanto los formales como los informales, motivan y propician actividades de trabajo individual y en grupo, de exposiciones y diálogo. 

La propuesta arquitectónica para cada colegio responde a las condiciones exclusivas del entorno, del lote, del número de estudiantes y, por supuesto, del Proyecto Educativo Institucional. Atrás han quedado los modelos de colegio tipo sello que se repetían indiscriminadamente por toda la ciudad. Ahora, cada proyecto es único, sin perder las características generales ya enunciadas”.  

La transformación de la arquitectura escolar ha traído un positivo impacto en el entorno donde se han implantado los nuevos establecimientos, pues los proyectos se diseñan no solo en función de atender las necesidades del establecimiento escolar, sino que ofrece a la comunidad vecina la posibilidad de realizar actividades de tipo comunitario en horarios extracurriculares en varios de sus espacios. Aulas múltiples con entrada directa desde la calle, bibliotecas, canchas deportivas están diseñadas y disponibles para uso de los habitantes del barrio. Esto crea un gran sentido de pertenencia y apropiación por parte de las familias, contribuyendo al bienestar general. De esta manera, ingresar al centro educativo se convierte en un anhelo aspiracional de los niños y jóvenes. Esta concepción de los proyectos y su impacto en la gente asegura su sostenibilidad en el tiempo”. (Ver en esta edición de la revista el artículo La transformación de la arquitectura escolar en Bogotá, de Alberto Ayerve) 

Los grandes avances en materia arquitectónicas de los colegios de la ciudad y en sus dotaciones y equipos pedagógicos plantean el enorme desafío de utilizarlos de manera creadora en la transformación pedagógica de la enseñanza y la gestión escolar. De lograr que los avances en materia de infraestructura escolar se correspondan con una mayor y mejor calidad y pertinencia de la educación de los niños y jóvenes de la ciudad. 

Con el propósito de profundizar en las relaciones entre la calidad arquitectura de nuestros colegios y la dimensión pedagógica que encierran, hemos dedicado la presente edición de Escuela y Pedagogía a este importante asunto, contando con la opinión de calificados conocedores y estudiosos del tema, que esperamos sean de utilidad interés para los educadores y directivos docentes en su valiosa labor de enseñar a pensar con la cual están comprometidos.