Adalgiza Luna
Licenciada en Educación Preescolar, docente del colegio distrital Nuevo Horizonte de la localidad de Usaquén

De las huellas del “profe Abel”

Miradas a la educación

Abel hizo parte de la coordinación de la Expedición Pedagógica Nacional que retomaba, con otras formas organizativas, los sueños y apuestas del Movimiento Pedagógico de los años ochenta en el que jugó un papel decisivo.


En estos tiempos cuando  vemos como se aleja de la escuela el discurso y el debate pedagógico, nos preguntamos: ¿Qué ha pasado con los logros del Movimiento Pedagógico (MP) de los años ochenta y de los movimientos más recientes de los maestros en redes y en la Expedición Pedagógica?. Contrario a lo que hemos defendido, pareciera que las políticas educativas actuales nos quisieran devolver al diseño instrumental y al  maestro convertido en simple “administrador de currículo” (Rodríguez C., 2002, p. 113) con arreglo a ciertos resultados estandarizados que se definen sin nuestra participación.

De tiempo atrás es evidente que la escuela y los maestros nos vemos recargados de normatividad, formatos, evaluaciones, vigilancia, protocolos, control y señalamientos adversos que nos desconocen como intelectuales, portadores y productores de un saber específico y necesario desde la perspectiva de la cultura.

Por lo  anterior, resulta muy valioso retomar el legado del maestro de maestros,  Abel Rodríguez Céspedes. De la impronta delineada por el “profe”, como cariñosamente lo llamábamos, versará brevemente este escrito, trayendo a la memoria su huella en varios espacios e instancias educativas y sindicales. Son rastros que nos dan pautas para volver sobre nuestras fortalezas, para reconocernos y afianzarnos en el valor y el disfrute de ser maestras y maestros y seguir escribiendo las páginas abiertas e inconclusas que nos dejó marcadas con tinta indeleble.

El profe Abel fue maestro de escuela, condición que no abandonó nunca, siempre profesó gran devoción por la profesión del maestro y en esto centró, a lo largo de toda su vida, la fuerza de su discurso y de sus luchas.  Incluso cuando estuvo al frente de la SED pidió que lo llamaran maestro o profesor, no “doctor”, cómo se acostumbra a llamar a los burócratas que están al frente de las instituciones y en las oficinas que tienen que ver con la educación.

En sus alocuciones periódicas dirigidas a maestras y maestros, en su calidad de Secretario de Educación, evocaba con frecuencia sus tiempos de maestro de escuela, cuando enseñaba a los chicos de una escuela de vereda en Algeciras Huila (Rodríguez C., 2002), transmitía su orgullo de haberlo sido y nos recalcaba nuestra condición de maestros, la importancia de nuestro papel y de nuestras responsabilidades en el ejercicio de la docencia. Pero además de sentirse orgulloso por la condición de haber sido maestro de escuela, en una de sus reflexiones posteriores, reconoce la condición social y profesional que tenía el maestro en esos tiempos.

El maestro a pesar de que enseñaba no tenía la formación pedagógica, lo que importaba era que tuviera la vocación y dominara la herramienta, las técnicas del oficio. Y en cuanto a su rol social, a pesar de que hacia parte de algunos escenarios de “prestigio” social, no se veía así ese estatus representado en su remuneración económica e intelectual, prácticamente se continuaba con ese lastre colonial: la ilusión de ser intelectual, pero bajo el lastre de los “silencios obligados” y las “urgencias lloradas” (Martínez B., 1999). Las reflexiones sobre estos temas, cuando estuvo al frente del sindicato, lo alientan a sacar adelante la iniciativa de ligar lo político con lo educativo; iniciativa que planteaba poner en el centro tanto las reivindicaciones laborales, como la profesión de ser maestro. No fue una tarea fácil dadas las condiciones de un país envuelto en un conflicto armado que hasta la fecha sigue su intensidad y también por diferentes corrientes de pensamiento y tradiciones de lucha, que para ese entonces tenía asiento en el seno del movimiento sindical y de sus organizaciones.

El reconocimiento, la dignidad, y la autoridad intelectual del saber del maestro, no se lo otorga nadie, dice Abel, tenemos que  hallar los caminos para lograrlo por nosotros mismos, entre ellos la profesionalización y la preparación intelectual.  Lo decía en sus razonamientos, se materializaba en sus acciones.

En la educación, si bien es cierto que el Estado tiene el poder para dictar reformas, los maestros tienen el poder de cambiar. Los maestros son por definición los protagonistas del cambio educativo; sin su compromiso este acontecimiento no es posible. (Foro en la defensa de la educación pública. 2003)  

El mejor homenaje que podemos hacerle al profe Abel es volver sobre nuestras potencialidades y los saberes que ponemos en juego en cada práctica, retomar la reflexión sobre lo que hace el maestro en el aula de clase, su interacción con la comunidad, el trabajo colectivo y el movimiento. Considero necesario retomar la pregunta que formulé al iniciar este escrito: ¿Qué ha pasado con las grandes realizaciones del profe Abel y de tantos maestros que han impulsado nuestro movimiento? Qué ha pasado, ¿Cuál es el balance hoy en día de las luchas del magisterio y las conquistas de la Ley General de Educación? Necesitamos valorar la fuerza de nuestras prácticas, reconocer sus dimensiones éticas y políticas, mantenernos en movimiento, en las rutas trazadas por el Movimiento Pedagógico de los 80, por las redes y por la Expedición Pedagógica Nacional.

Abel y la Expedición Pedagógica

La Expedición Pedagógica Nacional se ha convertido en todo un acontecimiento que ha movilizado con mucha vitalidad a la escuela y al maestro, generando encuentros y construyendo saberes sobre la variedad de proyectos culturales, educativos y pedagógicos. No para mostrarlos o exhibirlos como artículos novedosos, sino para valorar nuestra potencia, la riqueza y particularidad de cada práctica, sus conexiones con las poblaciones y las especificidades de los territorios. Esto nos ha permitido reconocernos, plantearnos nuevas preguntas, fortalecer nuestras prácticas, también sentir alegría y orgullo de nuestra profesión.

La Expedición se inicia en 1999 y se constituye en una de las expresiones actuales del Movimiento Pedagógico de los ochenta, que consigue llevar a cabo   como uno de los puntos del Plan Decenal de Educación, que Abel Rodríguez contribuyó a formular de manera participativa cuando ejercía como viceministro. Como expedicionario, estuvo interesado en que el sindicato apoyara dicha propuesta como una forma de retomar las reivindicaciones del gremio, no solo laborales y económicas sino también académicas y de su estatus como pedagogo y portador de lo que  Eloísa denominó “saber pedagógico” (Vasco, 1995).

Junto con tres profesores de la UPN (Pilar Unda, Alberto Martínez, Alejandro Álvarez), con Rafael Pabón y Marco Raúl Mejía, y otros investigadores de la educación, Abel hizo parte de la coordinación de la Expedición que retomaba, con otras formas organizativas, los sueños y apuestas del Movimiento Pedagógico de los años ochenta en el que jugó un papel decisivo, a mi manera de ver. De los comienzos del movimiento expedicionario recordamos al Maestro Abel en mesas de trabajo con ciento de maestras y maestros, coordinando espacios de discusión sobre los diferentes asuntos expedicionarios relacionados con las “Formas de ser maestro” y las “Formas de hacer escuela “: prácticas pedagógicas, investigación, formación y formas organizativas de los maestros. Más tarde, en el proceso de producción de saber, surgiría la noción de “geopedagogía” entre otros aportes de la Expedición como movimiento de los maestros.

Aquí las maestras y los maestros hemos podido aproximarnos y ver la escuela con otra mirada, vivenciarla dentro del territorio, recorriéndola de la mano de sus maestros y las comunidades. Los viajes, como otra forma de pensamiento, los encuentros nos han permitido hacer una lectura de la escuela y del maestro desde adentro de la escuela, del territorio y del sentir de las comunidades, que nos ha convertido en expedicionarios y en productores de saber. Mirada y lectura que potencia el saber que produce.

Abel y la Secretaría de Educación

La presencia de Abel en el cargo de secretario de Educación fue todo un acontecimiento; a diferencia de quienes se dedican a definir propuestas sin maestros, ejercer normas y ejercicios de control.  El profe Abel dedicó gran parte de sus esfuerzos y de su agenda a escuchar a los maestros, sus inquietudes, sus apuestas y prácticas, y logró contagiarnos ese orgullo de ser maestro, impulsando así nuestras ideas e iniciativas que fortalecían la escuela.

En ese mismo sentido y siguiendo su pensamiento e identidad de maestro, llevo a cabo proyectos como “El laboratorio, y el observatorio de pedagogía, propuestas que ayudaron a diseñar maestras y maestros del Distrito. Es decir, fuimos   profesionales activos en dichos desarrollos; porque Abel; “el profe”, siempre consideró a las maestras y maestros como sujetos de saber y de poder. 

Estos proyectos llevaron nuevamente a la escuela aires de movilización y movimiento, como los impulsados por el profe en los 80’, y 2.000 en Expedición pedagógica; las redes, colectivos y las iniciativas individuales de proyectos pedagógicos, fueron profundizados, visibilizados a través de los planes institucionales de la secretaria de educación. Hubo grandes convocatorias de maestras y maestros a participar en seminarios, conversatorios, al igual que propuestas de profesionalización en diferentes áreas y líneas de investigación

Podríamos llamar la época de esta secretaría como una época “dorada” para las maestras y maestros del Distrito; son las voces de muchos de ellos al referirse a la secretaría de Abel Rodríguez, época que nos fortaleció y de alguna manera nos generó confianza y credibilidad en la institución. Fuimos tratados con respeto y valoración como profesionales y como seres humanos.  Él brindó al magisterio proyectos de bienestar y recreación; una colega maestra lo expresa con mucho fervor con estas palabras: “…el profe Abel abrió las puertas de la secretaria de Educación para que los maestros nos sintiéremos reconocidos y valorados… para mí esa fue la mejor época de reconocimiento a la labor y a la dignidad del maestro, que no solo pasa por lo económico “.

Gracias al Movimiento Pedagógico en sus diferentes expresiones y momentos, y a las luchas de los maestros, hemos avanzado en desarrollo intelectual, político y en la dignificación de la profesión docente, entre otros; lo que ha redundado en el reconocimiento de una escuela dentro del territorio; rica y diversa.  No obstante, una vez más vemos que sobre ella pende la constante amenaza del autoritarismo, la imposición de proyectos externos y por esa vía la despedagogización de nuestra práctica, el desconocimiento del gobierno y la autonomía escolar. Por lo anterior, en el cierre del presente escrito los quiero dejar con una de las recomendaciones del profe Abel: “Volvamos sobre la reflexión de nuestra práctica, sobre nosotros mismos, sobre la escuela y lo que sucede con las niñas, niños y jóvenes…”. (Obstáculos, hitos y compromisos de los maestros colombianos, Abel Rodríguez Céspedes, Educación y Cultura. No.140, pg. 14)

 

Fuentes consultadas

Martínez B., C. V. y N. (1999). Maestro, escuela y vida cotidiana en Santafé colonial. (Sociedad Colombiana de Pedagogía, Ed.). Bogotá D.C.

Rodríguez C., A. El movimiento pedagógico: un encuentro de los maestros con la pedagogía, en Suarez. H. Veinte años del Movimiento Pedagógico 1982-2002. Entre mitos y realidades. (Editorial Magisterio, Ed.). Bogotá D.C.

Rodríguez C., A (2021). Maestro de Maestros. Revista Educación y Cultura, 140, 14.

Vasco, E. (1995). Maestros, alumnos y saberes. (Editorial Magisterio, Ed.). Bogotá D.C.