Paola Ordoñez Yamhure
Psicóloga de la Universidad Nacional de Colombia. Coordinadora técnica Proyecto para el fortalecimiento de condiciones de salud mental en comunidades educativas de Bogotá

Seis claves para realizar procesos de educación socioemocional

Pensar la educación

La educación socioemocional y ciudadana tiene una trayectoria de más de tres décadas en nuestro país y su importancia ha sido señalada en distintos lineamientos y documentos orientadores de política, sin embargo, solo hasta ahora ha cobrado mayor protagonismo entre los distintos actores del sector educativo.

Las secuelas socioemocionales que la pandemia por COVID 19 dejó en las comunidades educativas, los altos reportes de situaciones que afectan la convivencia escolar en la ciudad, las persistentes vulneraciones de derechos humanos, sexuales y reproductivos de los niños, niñas y adolescentes en sus distintos entornos de socialización, los retos que supone la apropiación del Informe Final de la Comisión de la Verdad, son indicativos de una emergencia común que tenemos como sociedad: la necesidad de profundizar e intensificar las acciones pedagógicas orientadas a desarrollar capacidades que nos permitan relacionarnos de una manera más tranquila, respetuosa y amorosa con nosotros mismos y con los otros.

La educación socioemocional y ciudadana está en el centro del desarrollo humano y es un vehículo central para alcanzar algunos de nuestros grandes propósitos colectivos: construir vínculos basados en el afecto, el respeto y el reconocimiento del otro; restaurar la confianza, perdonar y sanar heridas para podernos fortalecer como nación; romper la tradición de resolver las diferencias eliminando al otro como si fuera un enemigo; comprender que la justicia no es igual a la venganza; tener la convicción de que aspirar a la paz no es una utopía.

Si reconocemos que la educación socioemocional y ciudadana debe estar en el centro de los procesos educativos, conviene entonces admitir que ella tiene unos objetivos centrales asociados al desarrollo de habilidades y capacidades que se adquieren, consolidan y despliegan en el terreno de lo vincular, y que su expresión está presente en los distintos órdenes sociales donde interactuamos porque la dimensión socioemocional es parte constitutiva de la naturaleza humana.

Al ser un proceso relacional se lleva a cabo durante toda la vida y en ese sentido requiere esfuerzos diferenciales en función de nuestro curso de vida. Aquí comienzan a aparecer las claves metodológicas que este artículo busca ofrecer para el trabajo con estudiantes y maestros.

Una primera clave es que la educación socioemocional y ciudadana debe ser un proceso constante y progresivo. Debe ser constante en un sentido literal, es decir, debemos asumir que para adquirir las habilidades y capacidades ciudadanas y socioemocionales requerimos generar constantemente múltiples oportunidades para su adquisición y puesta en práctica, porque, igual que en los demás dominios del saber, entre más las practiquemos nosotros y nuestros estudiantes, más probabilidad hay de que ellas se afiancen y estén presentes en las relaciones con los otros y otras.

La progresividad hace referencia a dos asuntos: el primero, que el desarrollo de las capacidades está atado al curso de vida de los niños y las niñas; el segundo, que dichas capacidades se van afianzando desde habilidades sencillas hacia capacidades complejas. Por ejemplo, para los niños y niñas más pequeños que comienzan a andar la vida acompañados de la mediación de los adultos, es muy importante ayudarles a ser conscientes de su mundo emocional, ayudarles a nombrar lo que sienten y a ser consciente de los correlatos fisiológicos de sus emociones, apoyarlos para que reconozcan las situaciones que les provocan estallidos de llanto o rabia y enseñarles a descubrir progresivamente aquello que les ayuda a calmarse y sentirse mejor. Ayudarles a entender si les ayuda más estar en silencio, escuchar palabras de consuelo, mover su cuerpo o ser abrazados. Ayudarles a notar que cuando pasan la emoción a la palabra, es decir cuando la nombran, algo cambia en su cuerpo y en su ánimo, etc.  Esto se logra a través de ejercicios prácticos que les permitan ampliar su conciencia corporal, monitorear sus señales internas, respirar sus emociones.

Cuando logran este proceso con ellos mismos, pueden tener mayor disposición a cuidar a otros y a ofrecer las herramientas que adquirieron. Cuando los estudiantes aprenden a gestionar su mundo emocional pueden desarrollar mayor sentido de autoeficacia y sentir que pueden apoyar a otras personas que estén pasando situaciones difíciles y pasar del terreno de lo intrapersonal a la construcción de relaciones interpersonales más empáticas y solidarias.

Igual ocurre con la alteridad, reconocer y valorar al otro son metas elevadas sobre las que hay que trabajar con una intencionalidad pedagógica.  Si yo, como maestro o maestra, genuinamente logro que mis estudiantes generen una profunda conexión emocional a través de ejercicios donde se compartan sus experiencias personales, donde sean capaces de abrirse y compartir lo que les ocurre, lo que les duele, lo que les genera orgullo, sus grandes miedos, etc., con seguridad estarán mucho más dispuestos y abiertos a valorar la riqueza de la diferencia porque fueron capaces de reconocer aquello que les une en la fragilidad y la fuerza creativa que también los puede convocar a actuar juntos.

Otro ejemplo de progresividad puede verse con la capacidad denominada Pensamiento y memoria crítica[1], que se plantea la reflexión y problematización de la vida cotidiana y sus dinámicas. Para desarrollar esta compleja capacidad, nuestros estudiantes deben adquirir práctica en el examen de creencias y argumentos de manera crítica, reflexiva, para tomar postura y contribuir a la toma de decisiones que beneficien el bien común. El camino para lograrlo debe empezar temprano en la vida e incluir asuntos como enseñar a nuestros estudiantes a tomar perspectiva de su propio pensamiento para comprender desde dónde el otro está entendiendo el mundo, cómo ve la vida, con qué referentes interpreta, etc. Incluso convendría hacer ejercicios en donde ellos y ellas puedan asumir posturas distintas a las propias para entrenar esta habilidad de comprender argumentos ajenos a los suyos. Cuando logramos que los estudiantes adquieran esa capacidad de comprender múltiples perspectivas es posible que valoren críticamente distintas dimensiones de la vida social, que analicen decisiones políticas, prácticas culturales, etc., teniendo mayor posibilidad de impacto en las transformaciones colectivas que buscamos.

A pesar de que trabajemos intencionalmente en el desarrollo de estas capacidades es importante también reconocer que ellas no son estables, es decir, nada garantiza que una vez conquistadas las mantenga para siempre.                                                                                                                                                                           
Aquí va la segunda clave: las capacidades socioemocionales y ciudadanas son aprendizajes maleables, es decir, pueden incrementarse en el tiempo, pero también perderse con los años si es que no las afianzamos poniéndolas en acción y las adaptamos a los nuevos retos que enfrentamos. Hay circunstancias de la vida, experiencias y contextos que pueden debilitarlas y es importante saber que se pueden volver a entrenar y harán parte del repertorio con el que nos relacionamos.

Por ejemplo, tras la experiencia del distanciamiento físico que vivimos en pandemia, puede que estemos notando que nuestros estudiantes, quienes ya habían adquirido ciertas capacidades, hayan dado marcha atrás. Esto puede explicarse por múltiples razones, pero supongamos que en sus contextos familiares experimentaron formas de relacionamiento que no incluían prácticas de discusión o reflexión crítica, por lo cual esta capacidad se pudo inhibir; o tal vez por razones económicas tuvieron que pasar temporadas de mucha soledad mientras sus cuidadores salían a trabajar y, en consecuencia, desarrollaron estados emocionales negativos que no han logrado superar, debilitando su gestión emocional; o quizás sintieron que su voz no fue tomada en cuenta en las decisiones que tomaban en sus casas y entonces participan poco en las actividades pedagógicas que les proponemos. La buena noticia es que gracias al enorme potencial que tenemos como especie podemos recuperar estas capacidades integrando los aprendizajes derivados de los momentos de adversidad. Se trata entonces de monitorear constantemente cómo están y diseñar acciones pedagógicas intensivas en los dominios que veamos más debilitados.

La tercera clave es que la educación socioemocional y ciudadana debe ser consistente en los múltiples escenarios de interacción de los estudiantes: el aula, la escuela, la familia, la comunidad. Suponemos que en el aula de clase la instrucción se da de una manera segura, con una intencionalidad pedagógica clara y acompañada de una relación positiva entre maestros y estudiantes. En estas circunstancias podemos afirmar que estamos generando un ambiente democrático de aprendizaje que se convierte en un terreno fértil para que florezcan las capacidades que buscamos desarrollar.

Sin embargo, en otro de los escenarios de socialización de la escuela estas condiciones no se dan y, por el contrario, hay una dificultad para promover la conciencia crítica porque se valora mucho más la sujeción a la autoridad y se interpreta que cuestionar al docente y sus enseñanzas es poner en riesgo la posición de poder. En esta contradicción el desarrollo de las capacidades en nuestros estudiantes será un poco más complejo porque no existe coherencia entre los referentes y sus apuestas pedagógicas.  Mientras que, si se consolida la intención de apoyar el desarrollo de capacidades socioemocionales y ciudadanas como una apuesta institucional que dinamice este horizonte común, con toda seguridad habrá un desarrollo consistente y mucho más potente entre todos los integrantes de la comunidad educativa.

Traducido esto en acciones concretas, se trata de permear las diferentes áreas de la gestión escolar para que las metas de aprendizaje socioemocional se articulen a las áreas y proyectos, pero también a las acciones que se desarrollan con las familias y comunidades. Lograr que no solo los estudiantes se sientan escuchados y estimulados sino también que los adultos se sientan apoyados, incluidos, respetados, permitirá que se construya una cultura institucional que ponga en el centro la vida, el cuidado, la construcción de relaciones que nos permitan desarrollar nuestra humanidad y aportar a la realización de nuestros congéneres.

Una cuarta clave para el trabajo es elegir muy bien los principios pedagógicos que más favorecen el desarrollo de las capacidades ciudadanas y socioemocionales. Si establecemos desde el comienzo que se trata de un aprendizaje que se adquiere en relación con el otro, pues naturalmente deberíamos priorizar estrategias y dispositivos que favorezcan esa condición. Algunos principios son:

Las capacidades se desarrollan y se afianzan en la práctica, es decir, poniéndolas en acción. En consecuencia, las estrategias pedagógicas deberían basarse en el principio de aprender haciendo.

— En segundo lugar, las capacidades socioemocionales y ciudadanas que tienen que ver con la manera como yo me relaciono con el mundo, con el entorno en el que vivo, en consecuencia, las estrategias pedagógicas que se pongan en marcha, deben basarse en el aprendizaje significativo permitiendo que los estudiantes integren nuevos conocimientos y herramientas a sus vidas.

 — Como estamos hablando de capacidades que se despliegan en relación con los otros, es muy provechoso poner en práctica estrategias de aprendizaje colaborativo donde se deban reconocer las fortalezas y los roles que tienen los pares y se promueva la toma de decisiones por un bien común.

— El aprendizaje por observación es otro elemento central. Aprendemos a relacionarnos observando cómo lo hacen quienes nos rodean.

La quinta clave para el trabajo es reconocer que sólo en la medida en que los maestros y maestras desarrollen sus propias capacidades, van a poderlas desarrollar en sus estudiantes. Para lograrlo es indispensable abrirnos a la posibilidad de cambio y reconocer que no porque seamos adultos, o nos sintamos viejos, o porque siempre lo hayamos hecho de un cierto modo, debemos renunciar a la posibilidad de hacerlo distinto.

La invitación es a darnos la oportunidad de generar espacios para que nosotros como adultos, en nuestras relaciones personales y en nuestro rol como docentes identifiquemos cómo están nuestras propias capacidades, cuáles tenemos más desarrolladas, en dónde nos sentimos fuertes, creativos, y también en dónde tenemos debilidades que se nos juegan en nuestro ejercicio pedagógico.

Y la sexta clave es explorar la manera cómo podemos aprovechar los hallazgos en ese campo para enriquecer nuestras propuestas pedagógicas. Algunas investigaciones[2] se han ocupado de mostrar el papel que juegan las emociones en el aprendizaje y en el desarrollo de las capacidades y competencias para vivir mejor. Los hallazgos muestran que un cerebro que se emociona aprende de manera más eficiente y consolida mejor eso que aprende porque la emoción y la curiosidad son grandes motores que impulsan el interés por aprender. Otro hallazgo muy interesante, proveniente del campo de la neurociencia afectiva, tiene que ver con los mecanismos cerebrales que se activan cuando sentimos ternura y nos disponemos a cuidar. Al parecer la misma red de placer que se activa cuando tenemos experiencias agradables como comer o escuchar música, se pone en funcionamiento cuando sentimos ternura y nos disponemos a cuidar a otros. Algunos autores[3] han señalado que el comportamiento de ayuda, relacionado con la conducta altruista, beneficia a las personas que la proveen mejorando su estado de ánimo y también contribuyen a alcanzar la urgente necesidad que tenemos de sentir que pertenecemos, que aportamos, que hacemos parte de una comunidad. Esta es la razón por la cual en el mundo entero se encontró evidencia de que las acciones altruistas funcionaron como factor de protección de la salud mental en medio de la crisis de la reciente pandemia que vivimos.

La invitación entonces es a generar oportunidades pedagógicas que permitan a nuestros estudiantes y a nosotros mismos trabajar por nuestro mundo socioemocional y por el desarrollo de nuestras capacidades. Tal vez este sea el camino que necesitamos recorrer para que florezca la mejor versión de nosotros mismos, esa que cultiva nuestra fuerza creativa, que expande nuestros potenciales y nos permite trabajar colectivamente por el país que nos soñamos.

[1] Hace parte de las capacidades que busca promover la Secretaría de Educación del Distrito. Disponible en: Orientaciones Pedagógicas para Integrar la Participación y la Educación Socioemocional y Ciudadana en los Colegios de Bogotá. Pag. 16. Documento impreso.

[2]. Mora, Francisco (2013) Neuroeducación, solo se puede aprender aquello que se ama Madrid: Alianza Editorial, 224 pp. Disponible en: file:///C:/Users/HP/Downloads/Dialnet-FranciscoMora2013NeuroeducacionSoloSePuedeAprender-6170873%20(2).pdf

[3] Auné, Sofía Esmeralda; Blum, Diego; et al. (2014) La conducta prosocial: Estado actual de la investigación. Disponible en: https://www.redalyc.org/pdf/4835/483547666003.pdf