Francisco Cajiao
Consultor educativo, columnista del diario El Tiempo. Ex secretario de Educación

Presente y futuro de la profesión docente

Miradas a la educación

Todas las profesiones, para cumplir con sus propósitos y responder apropiadamente a las demandas de la sociedad, deben estar en permanente evolución y progreso. Es evidente que los cambios que ocurren por causa de los avances científicos, las innovaciones tecnológicas y las transformaciones culturales plantean siempre nuevos desafíos en el mundo del trabajo en todos los sectores de la actividad humana.

La profesión docente no puede ser la excepción, porque la educación es uno de los aspectos más sensibles a las transformaciones sociales. En las últimas tres décadas se han producido cambios muy profundos que impactan de manera directa y permanente en los procesos de formación de las nuevas generaciones.

La aparición de las tecnologías de la información y la comunicación, a partir de la década de los noventa, y luego el desarrollo y expansión de dispositivos “inteligentes”, con capacidad de acceso permanente a internet y a las redes sociales, constituye un complejísimo sistema en manos de niños y jóvenes que viven en un mundo paralelo al que les plantea el sistema escolar. A través de estos medios circulan información, conocimientos, modas, valores, doctrinas, creencias, mientras la educación formal que se ofrece en los diversos niveles y modalidades sigue dividiendo el saber en asignaturas, cuya validez resulta cada vez menos convincente, tanto desde el punto de vista teórico como práctico.

Por otra parte, se han modificado muy profundamente las estructuras sociales. Las transformaciones que ha sufrido la familia en estas tres décadas ha sido enorme, pasando de los modelos tradicionales de la familia extensa, con varios hijos y amplias redes de apoyo, a modelos de hogares con hijos únicos, muchas veces monoparentales, y con padre y madre trabajadores. Estos cambios afectan notablemente las estructuras de autoridad y cuidado, especialmente desde la primera infancia hasta la adolescencia. De otra parte, el crecimiento demográfico y la densificación de muchos sectores de las ciudades ha incidido en un deterioro evidente de la movilidad y la seguridad que, junto con los múltiples casos de violencia contra los niños, ha conducido a redoblar las medidas de vigilancia y control, así como la permanente atención e intervención de los padres hacia lo que ocurre en la cotidianidad de los colegios.

Desde luego, habría que mencionar las transformaciones urbanas que han modificado los lugares de encuentro de los jóvenes, los lugares de diversión, la proliferación de nuevos arquetipos de identidad relacionados con la sexualidad, la moda, la música o la política y sus oportunidades efectivas de acceso a la educación superior o al trabajo. Desde muy temprana edad muchos de nuestros niños y niñas están hoy expuestos al consumo de substancias psicoactivas, actividad sexual y, en muchos casos, actividades ilegales.

Parecería apenas obvio que la estructura escolar, los planes de estudio y la formación de los docentes se hubiera actualizado para actuar con pertinencia frente a semejante cantidad de cambios sociales. Además, frente a los progresos en las ciencias del conocimiento, la psicología y la sociología tendrían que estar transformando muy velozmente los modelos pedagógicos, las formas de organización escolar y los modelos de atención socioemocional de los estudiantes. También esta debería ser una prioridad de las asociaciones profesionales de educadores, de la misma forma que otras profesiones se ocupan de hacer progresar sus conocimientos, protocolos y prácticas.

Desafortunadamente esa no parece ser la realidad, no solo en Colombia sino en la mayor parte de los países de la región.

Sería exagerado e injusto afirmar que no ha habido ningún cambio en la escuela y en el quehacer docente en los últimos tiempos, pues sería negar el enorme esfuerzo de muchísimos docentes por avanzar en su formación e impulsar cambios en sus instituciones. Tampoco se puede omitir el esfuerzo realizado por el Estado en su interés por mejorar las condiciones de acceso y calidad que son notorios en los últimos veinte años. En ciudades como Bogotá se han hecho cuantiosas inversiones en infraestructura y en dotación de herramientas tecnológicas, además de haberse trazado ambiciosas políticas de largo plazo. La mayor parte de los maestros oficiales han tenido importantes progresos en su carrera desde el punto de vista salarial y se han mejorado las condiciones laborales a lo largo del tiempo.

A pesar de todo esto, el sector educativo, desde el punto de vista profesional, parece bastante estático en relación con el dinamismo que muestran otras profesiones. Es verdad que se encuentran maestros excepcionales, así como instituciones muy innovadoras, pero no se puede decir que constituyen una generalidad. Por el contrario, nuestro sistema educativo parece todavía muy apegado al pasado en sus métodos pedagógicos, en su organización y en la forma como acompaña individualmente a los estudiantes. Los resultados de las diversas pruebas lo evidencian: los avances en el aprendizaje son muy precarios y varían muy poco a lo largo del tiempo.

Las profesiones maduran fundamentalmente por el esfuerzo mancomunado de quienes las ejercen, y esto constituye un gran desafío para los educadores. Es importante considerar las características que se atribuyen a las profesiones de mayor madurez, con el ánimo de ver qué tareas urgentes se deberían asumir para avanzar en el caso de la profesión docente.

Se pueden examinar algunas características generales de una profesión madura y plantear algunos interrogantes relacionados con la educación:

  1. Estabilidad: Una profesión madura se caracteriza por tener una base sólida y estable. Las prácticas y conocimientos asociados a esta profesión han sido probados y refinados a lo largo del tiempo, lo que proporciona estabilidad tanto en términos de demanda laboral como de oportunidades de crecimiento.
  2. Desarrollo de conocimientos especializados: En una profesión madura, los profesionales tienden a adquirir un conocimiento profundo y especializado en su área de expertise. Han pasado años perfeccionando sus habilidades y dominando los aspectos clave de su campo de conocimiento y acción.
  3. Estándares y regulaciones claras: Las profesiones maduras suelen tener estándares y regulaciones bien establecidos. Existen códigos de ética y prácticas profesionales que guían el comportamiento de los individuos en la profesión y garantizan un alto nivel de calidad y profesionalismo.
  4. Desarrollo de mejores prácticas: Con el tiempo, las profesiones maduras desarrollan y comparten las mejores prácticas dentro de su campo. Los profesionales aprenden de la experiencia colectiva y buscan constantemente formas de mejorar su trabajo y brindar mejores resultados a sus clientes o empleadores.
  5. Requerimientos educativos y de certificación: Las profesiones maduras suelen tener requisitos educativos y de certificación bien establecidos. Los profesionales deben cumplir con ciertos niveles de educación, capacitación o experiencia para ser reconocidos y ejercer legalmente su profesión.
  6. Asociaciones y organizaciones profesionales: En una profesión madura, es común encontrar asociaciones y organizaciones profesionales que agrupan a los expertos y promueven el intercambio de conocimientos y la colaboración. Estas asociaciones también pueden ser responsables de establecer y mantener los estándares profesionales mencionados anteriormente.
  7. Trayectoria y oportunidades de carrera: Una profesión madura ofrece una trayectoria clara y definida para el desarrollo profesional. Los individuos pueden ascender en su campo, adquirir mayor responsabilidad, liderar proyectos o equipos, y tener acceso a mayores oportunidades de crecimiento y reconocimiento.
  8. Reconocimiento social y cultural: En una profesión madura, la sociedad y la cultura reconocen y valoran la importancia de esa profesión. Los profesionales son respetados por su experiencia y contribuciones, y la profesión en sí misma es considerada como un pilar importante en la sociedad.

Al examinar estas características, podría afirmarse que hay algunos elementos en los cuales se ha avanzado en las últimas décadas, con respecto a lo que era la formación y el ejercicio profesional docente hace treinta o cuarenta años. Sin duda ha habido un proceso notable en la profesionalización, añadiendo elementos importantes a la estabilidad y al desarrollo de conocimientos especializados. Sin embargo, la mayor parte de quienes forman a los maestros en las facultades de educación no son maestros de profesión y no han tenido experiencia profesional en los campos sobre los cuales imparten sus cátedras. Esto constituye una fuerte debilidad, pues pareciera que quienes se dedican a la docencia en los ciclos de educación básica no avanzaran lo suficiente en la reflexión sobre su práctica y en los conocimientos especializados para ejercerla, como para formar a quienes deben seguir sus pasos. Para ponerlo de una manera cruda, puede decirse que mientras los médicos son formados por médicos, los ingenieros por ingenieros y los abogados por abogados, los maestros son formados por cualquier profesional que quiera enseñar. Hay asuntos de fondo en la identidad del profesional que se adquieren en el proceso de formación.

Esto tiene que ver con otra de las características de una profesión madura, que es el establecimiento de estándares de calidad provenientes de los propios profesionales. Esto incluye no solamente un elevado sentido de las prácticas profesionales, sino unos códigos éticos que sean reconocidos por quienes ejercen la profesión y por quienes reciben sus servicios. Los estándares de calidad de una profesión madura deben provenir principalmente de los profesionales y de sus asociaciones y no del Estado como regulador, o de los empleadores.

La profesionalización de las últimas décadas, junto con las normas laborales del sector oficial, contenidas en los estatutos docentes, han contribuido al avance en materia de certificación para el ejercicio legítimo de la profesión. Hay, sin embargo, normas que permiten el ejercicio de la profesión a personas con estudios diferentes, sin que se exija una demostración de idoneidad suficiente, como ocurre en otros países, en los cuales se puede ejercer la docencia proviniendo de otras áreas de formación, siempre y cuando se hagan cursos específicos de pedagogía y se muestre suficiencia a través de pruebas rigurosas. En Colombia hoy cualquier profesional puede ser rector de un colegio, por ejemplo, sin más requisito que pasar un concurso. Esto, adicionalmente, no cuenta del mismo modo para la educación privada en la cual se desempeñan cerca de 150.000 educadores.

Se podrían examinar detalladamente todas las características mencionadas, pero hay una fundamental, que merece la mayor etención, y es la capacidad de asociación profesional. Es quizá la más importante y la que mayor debilidad muestra en el país.

El tipo de asociación que ha predominado en el magisterio es la agremiación sindical, lo cual es natural, dadas las condiciones tan precarias en que se desenvolvió el ejercicio docente desde los orígenes de la República hasta hace muy poco tiempo. Los maestros al servicio del Estado se vieron obligados a librar largas luchas para conseguir derechos laborales básicos, con lo cual fue posible la consolidación de sindicatos, a partir de los años sesenta, y dado el número de afiliados y la imporancia de su función social se convirtieron en organizaciones muy fuertes[1].

El éxito de la acción gremial en aras de conseguir resultados significativos requería un relato capaz de afiliar emocionalmente a todos los maestros, por encima de sus creencias religiosas, sus preferencias políticas o sus matices regionales. Surge así una imagen del maestro como proletario, confrontado con las oligarquías que controlan el poder, maltratado e irrespetado por las autoridades, pero siempre en pie de lucha defendiendo los derechos propios y los de las clases trabajadoras, la educación pública administrada por el Estado y la lucha radical contra el imperialismo y el neoliberalismo. Este discurso repetido siempre en comunicados, pliegos y manifestaciones constituye una autoimagen de la profesión que si bien rindió frutos en el pasado y permitió que muchas condiciones laborales y profesionales se mejoraran, ya no interpela a los miles de maestros que se han venido formando profesionalmente y consiguiendo un estatus social que se asemeja más a las clases medias.

El problema es que las formas de expresión gremial que se instauraron hace más de medio siglo, propias de la confrontación social entre capital y trabajo, no han variado a pesar de los enormes cambios que se han dado en la sociedad. A pesar de los largos paros magisteriales, de los logros laborales conseguidos en cada pliego petitorio y de los altos niveles de formación universitaria que hoy tienen los educadores en muchos países —financiados en parte por el propio Estado— la educación pública no parece mejorar significativamente, de manera que los privilegios de acceso al conocimiento, al poder y al control de las posiciones sociales de decisión siguen en manos de las élites, que tienen su propio sistema de educación privada.

En Colombia hay cerca de 150.000 profesionales de la educación que se desempeñan en el sector privado y carecen de representación frente a las instancias en las cuales se discuten y se toman decisiones relacionadas con el ejercicio de la docencia, mientras la representación sindical se limita, como lo establecen las normas, a quienes trabajan para un mismo patrón, que en este caso es el Estado.

Es verdad que los gobiernos deben invertir más recursos, realizar reformas audaces y estar al tanto de lo que se hace con éxito en otras latitudes, pero nada de esto puede funcionar si los educadores no pasan de ser simples asalariados con capacidad de negociación de sus propios intereses, a protagonistas directos de los grandes cambios en la educación que requiere el país. No es suficiente tener muchos maestros que enseñan bien competencias básicas o que tengan maestrías y doctorados. Se requieren maestros que participen directamente en la elaboración de los planes de desarrollo, en la gestión pública, en los debates legislativos y en todas las actividades que implican el esfuerzo académico de pensar la educación como la única vía de liberación de quienes han nacido con mayores carencias.

Los maestros tienen que prepararse para discutir de igual a igual con los empresarios, los líderes gremiales y los líderes políticos, sin proyectar siempre la imagen de que cualquier discusión con ellos tiene una consecuencia reivindicativa, con un sabor de reclamos por un maltrato histórico. Pasar de ser una profesión subalterna a ser una profesión de primer nivel implica responsabilidades intelectuales y políticas para las cuales se requiere preparación.

Los grandes cambios que se requieren para que los niños que asisten a la educación pública puedan progresar y participar activamente en la transformación de la realidad implican modificaciones serias que seguramente afectan zonas de confort consideradas como grandes logros laborales. Lo malo es que mientras en el sector privado, donde se educan las élites, el cambio es concebido como un reto y un desafío, en algunos sectores de la dirigencia  sindical el cambio es concebido como un retroceso y una pérdida de privilegios. De esta manera se están sacrificando muchas oportunidades de crecimiento, no solamente para las nuevas generaciones que asisten a la escuela pública, sino para los mismos educadores que de este modo renuncian a su capacidad de ser protagonistas de las transformaciones sociales y educativas.

El desarrollo de una profesión y su reconocimiento social, así como su posibilidad de participación activa en los asuntos públicos está íntimamente relacionada con la cantidad y calidad de sus asociaciones profesionales, pues eso refleja el nivel de autonomía e independencia de quienes las componen, así como su visibilidad pública relacionada con los aspectos más exigentes y elevados del rol que cumplen sus asociados. Dado que la asociación en torno a los aspectos centrales de la profesión no tiene relación directa con un empleador, o con la forma en que se desempeñe el profesional, incluye educadores del sector público, del privado o que trabajan en modalidades diversas como grupos comunitarios, medios de comunicación, grupos juveniles o producción de materiales, abriendo así nuevas perspectivas al ejercicio pedagógico, al intercambio de saberes y a la generación de iniciativas.

Es muy importante considerar que las asociaciones profesionales se diferencian de otro tipo de organizaciones como sindicatos o cooperativas, por sus fines independientes de las relaciones laborales con empleadores específicos o con actividades de carácter económico y financiero. Es claro que alguien puede ser al mismo tiempo miembro activo de una asociación profesional, de una cooperativa y de un sindicato, sin que ello implique conflictos, dado que cada tipo de organización cumple funciones distintas.

Pensar la educación es pensar la cultura, es decir, todo el sistema de relaciones humanas de una comunidad, sus creencias y aspiraciones, sus saberes y tradiciones, sus expectativas y retos y, por supuesto, sus carencias y fragilidades. Para esto se necesitan maestros cultos, capaces de pensar, de dialogar, de trabajar con otros, de generar ideas a partir de la realidad que tienen al frente de sus narices todos los días y de esa otra realidad que sus comunidades quisieran crear. Sin estos referentes no existe acción política, ni lectura crítica, ni pedagogía transformadora.

Este es el rol de las asociaciones profesionales, de cuya existencia, autonomía y solidez depende en muy alto grado el respeto y aprecio que la sociedad puede sentir por quienes ejercen una determinada profesión.

[1] Cf. Aurora Loyo, Los sindicatos docentes en América Latina: entre la lógica laboral y la lógica profesional. Revista ibero americana de educación. Revista de la OEI, Nº 25,  Abril 2001.