Francesco Tonucci
Pedagogo e investigador. Director del Programa internacional La Ciudad de los Niños. Ex asesor de la Misión de Educadores de la Secretaría de Educación de Bogotá

Para no volver a lo mismo de antes

Miradas a la educación

"Hay que aprovechar la crisis para no repetir los errores del pasado" es una frase que hemos escuchado muchas veces durante los dos años de pandemia. Parecía inspirarse en la famosa expresión de Albert Einstein: "La crisis es la mejor bendición que puede pasarle a personas y países, porque la crisis trae progresos". Pero, con una ligera sospecha, justo antes él mismo escribe: "No pretendamos que las cosas cambien, si siempre hacemos lo mismo".

Esta es la problemática a la que nos enfrentamos: una situación de crisis como nunca antes había sucedido en el mundo entero. Durante más de dos años consecutivos, las personas de todos los países del mundo se vieron obligadas a encerrarse en casa e inventar nuevas formas de interactuar entre ellas y de continuar con su trabajo. En este largo período se decía a menudo: "Cuando la pandemia termine, nada volverá a ser como antes". En esta situación, dramática, por un lado, y llena de potencialidades y expectativas por el otro, ¿qué ha hecho la escuela?

  1. La escuela no se detiene

Creo que podemos examinar la solución italiana al respecto porque es emblemática y explícita. Desde el comienzo del confinamiento, cuando las escuelas se cerraron y los alumnos y profesores estaban confinados en sus casas, el ministro de educación eligió como lema, que todos los días aparecía en la televisión: "La escuela no se detiene". Parecía una provocación: se había detenido el mundo, la gente no podía salir de casa, estaban cerrados los teatros, los estadios, muchas tiendas. Todo parecía estancado, pero “la escuela no se detiene”. Sin embargo, no era una provocación, era una elección precisa que significaba que la escuela avanzaba como si no hubiera pasado nada, solo cambiaba la modalidad de estudio. Los demás países no tuvieron el valor o la audacia de declararlo abiertamente, pero, de hecho, casi todos siguieron la tendencia italiana.

Sucedió así que mientras niños y jóvenes eran bombardeados junto con sus familias por imágenes impresionantes de abuelos entubados, de miles de muertes diarias y de formas espantosas de morir solos; la escuela los hacía estudiar a los dinosaurios, a Napoleón, o sobre Nueva Zelanda. Si bien el mundo había cambiado profundamente y se había detenido, la escuela no se detuvo y continuó su camino sin dudas y vacilaciones. Cambió la forma de trabajar y las tecnologías de la información ofrecieron una ayuda fundamental al permitir que los maestros dictaran las lecciones desde sus hogares y que los alumnos las escucharan también desde sus hogares. La escuela siguió siendo básicamente la escuela con su programa previsto, con las lecciones y los libros de texto. Esa escuela de hacer tareas en casa. Las plataformas se convierten en el medio de comunicación. La clase es la estrategia de trabajo. El programa escolar es el objetivo que alcanzar.

Naturalmente, para todos, maestros, alumnos y familias, esta modalidad era nueva y para muchos creaba dificultades objetivas: difícilmente las familias, especialmente aquellas con varios hijos, tenían suficientes computadoras para que los adultos, por un lado, y los niños, por otro, pudieran hacer su trabajo; difícilmente las familias tenían espacios físicos que permitieran a adultos y niños trabajar con suficiente autonomía y recogimiento. Pero lo que más impresionó a los observadores es que una escuela que pasaba a través de herramientas informáticas, objetos de culto de las nuevas generaciones, fuera rechazada y reprobada por los mismos niños y jóvenes. La escuela a distancia falló. En todos los países fue rechazada tanto por los docentes como por los alumnos y en todas partes se ha deseado un pronto regreso a la presencialidad en la escuela.

¿Pero las expectativas de cambio? ¿Las posibilidades que ofrece la crisis? Aparentemente se nos ha olvidado todo esto. La oportunidad perdida con respecto a este valioso período es tanto por parte de las autoridades escolares como por parte de los docentes: no haber aprovechado la situación extraordinaria para experimentar nuevas estrategias y proponer nuevas modalidades. Einstein decía: "Si queremos que las cosas cambien, no podemos hacer siempre lo mismo". Nosotros, a nuestra manera, con el proyecto "La ciudad de las niñas y los niños" nos encontramos en la misma situación. Inmediatamente invitamos a los alcaldes de nuestras 200 ciudades en 15 países a convocar urgentemente a los Consejos de Niños. Fueron convocados a través de las mismas plataformas utilizadas por la escuela, pero con una diferencia sustancial: para escucharlos, para saber cómo estaban viviendo esta difícil experiencia, para pedirle sugerencias al alcalde para que los niños de la ciudad sufrieran menos en esta situación. Nuestra experiencia funcionó, le gustó a los niños y a sus familias y dio importantes indicaciones a las ciudades.

  1. Qué significa la escuela presencial

El verdadero problema es que la llamada "presencialidad" no estaba funcionando. La escuela de las clases y de las tareas, la escuela del programa y del libro de texto no parecía estar sirviendo. En aquella escuela la mayoría de los alumnos se aburría, una parte de ellos se enfermaba. Los que tenían buenos resultados a menudo eran hijos de familias de buen nivel cultural y social. Esa escuela tendía a excluir, o en todo caso a perder precisamente a las niñas y a los niños que habrían tenido más necesidad, dejando, por último, a los niños con familias pobres cultural y económicamente. Como decía don Milani era como un hospital que cura a los sanos y rechaza a los enfermos. El verdadero problema es que ni siquiera la escuela con alumnos presentes en las aulas y sentados en sus pupitres y profesores frente a su escritorio, debe considerarse una escuela presencial, porque los alumnos allí también están ausentes: están ausentes sus historias, sus vidas y especialmente sus aspiraciones, gustos y actitudes. Todos los niños de seis años saben hablar bien, pero en la escuela les piden que se callen y escuchen a los maestros.

Esta observación puede parecer demasiado radical e incluso subversiva, pues busca subvertir un orden natural unánimemente compartido: en todos los países del mundo la enseñanza obligatoria y gratuita tiene programas y exige que todos los alumnos alcancen los niveles mínimos previstos. Pero esto no es cierto desde hace al menos 33 años pues ya no corresponde a las leyes de nuestros Estados. La Convención de los Derechos del Niño interviene y define estos problemas y para todos los países que la ratifican se convierte en una ley de alto valor jurídico vinculante y obligatorio.

Deberíamos examinar atentamente todos los artículos, pero a modo de ejemplo, citaré tres que se refieren directamente al tema de la educación. El artículo 12 establece que los niños tienen derecho a expresar su opinión siempre que se tomen decisiones que les afecten y que sus opiniones deben ser tenidas en cuenta. Así que no son niños que callan y escuchan, sino que se expresan. El artículo 13 declara que los niños tienen derecho a la libertad de expresión y pueden elegir los lenguajes con los cuales quieran expresarse. El artículo 29, en una frase, define el objetivo de la educación: "favorecer el desarrollo de la personalidad del niño, así como el desarrollo de sus facultades y aptitudes mentales y físicas, en toda su potencialidad". Estos objetivos vinculan tanto a la familia como a la escuela. Lo que la ley promete no es una educación enciclopédica, con algunas nociones de todas las disciplinas que se deben pasar con exámenes y notas, no es una educación mediocre, sino una educación de excelencia, dirigida especialmente a los ámbitos disciplinarios más cercanos a las actitudes y a la personalidad del niño. Esta es una escuela realmente presencial y esta presencialidad se puede realizar ya sea dentro de una escuela o a través de una pantalla, lo que se debe aclarar es: ¿quién es el protagonista de esta experiencia?

  1. La casa como laboratorio

Por estas razones, cuando todo comenzó en marzo de 2020, en un webinar organizado en Barcelona y seguido por más de 70.000 personas en muchos países europeos y de América Latina, lancé la propuesta: “La casa como laboratorio”. Y en el periódico El País, del 12 de abril de 2020, apareció una entrevista que me hicieron al respecto, titulada "No perdamos este tiempo precioso dando deberes". Me parecía una propuesta de sentido común: si el mundo de los alumnos (y también el de los profesores) se había cerrado y confinado en sus casas, era lógico que la casa se convirtiera en un ambiente para estudiar, conocer, cuidar y sobre el cual intervenir. Entonces le propuse a la escuela que se detuviera, que suspendiera sus programas y se dedicara a los alumnos que estaban viviendo una experiencia nueva y compleja junto con sus padres. Propuse que se suspendieran las tareas y que las nuevas tareas, fueran nuevas actividades didácticas convertidas en actividades domésticas: cocinar, la limpieza del hogar, el cuidado de las plantas y de los animales, el manejo de largos tiempos de soledad, la invención de nuevos juegos, la lectura personal y familiar de libros hermosos, la redacción de un diario para no perderse este difícil y extraordinario período de la vida.

En esta nueva propuesta, los padres podían convertirse en valiosos colaboradores de los profesores asumiendo un papel de "asistentes de laboratorio". El artículo de El País fue traducido a varios idiomas y en algunos países la propuesta "La casa como laboratorio" fue aceptada por algunos Ministerios. En Argentina presenté un webinar con el ministro de Educación Nicolás Trotta y en Colombia otro con la viceministra Constanza Alarcón. Cuando se hizo esta propuesta funcionó bien, los alumnos estaban contentos y las familias también demostraron su interés y participación.

  1. ¿Qué han perdido y cómo vamos a recuperarlo?

Y llegamos así a la última observación que deriva coherentemente de las anteriores. Aquella escuela que presuntuosamente declaró "La escuela no se detiene" y que con orgullo continuó llevando adelante su programa previsto y representado en el libro de texto, finalmente se pregunta: "¿Cuánto han perdido los alumnos en este largo período de cierre de la escuela?" De nuevo la culpa es de los alumnos, en este caso agravada por las excepcionales condiciones ambientales. Se han evaluado los porcentajes de las pérdidas y se han presentado propuestas para la recuperación: prolongar el año escolar reduciendo las vacaciones, aumentar las horas de clases diarias, etc.

Pero la pregunta es errónea, está mal formulada, no corresponde a las leyes a las que hemos hecho referencia. La pregunta correcta sería: ¿Cuánto y qué aprendieron niños y adolescentes en este difícil período de confinamiento del mundo entero?

Ya sea que la escuela lo haya previsto o no, seguramente habrán aprendido cosas nuevas y probablemente cosas que serán importantes para ellos en la vida, más de lo que habrían sido las clases de historia, matemáticas o idiomas que tuvieron que perder. Estos nuevos conocimientos, relativos a competencias prácticas como la cocina o el remiendo, la limpieza de la casa o el cuidado de las plantas; los nuevos descubrimientos sobre el manejo del tiempo y las relaciones entre amigos sin poderse encontrar, o con padres y hermanos sin poderse separar, pueden ser expresadas, representadas, discutidas y profundizadas en la escuela, valorándolas y recuperando, así como un tiempo precioso ese largo período en el que el mundo se detuvo.

Francesco Tonucci