Carlos Sánchez Lozano
Profesor y coordinador de Español del Gimnasio Moderno en Bogotá. Ha sido asesor de la SED Bogotá y del MEN en temas de políticas públicas de lectura

Leer en la escuela luego de la pandemia de Covid-19

Miradas a la educación

Diversos estudios, entrevistas focalizadas y estudios de caso han documento los dolorosos efectos de la pandemia de Covid-19 en los niños y jóvenes bogotanos que asisten de lunes a viernes en las escuelas de las veinte localidades de la ciudad[1].

Basta asistir a una clase para oír las voces -sobre todo de las niñas- y entender cómo un fenómeno histórico global afecta en lo micro la vida cotidiana de las personas de una ciudad contemporánea de casi 9 millones de personas. Hambre, soledad, bulimia, anorexia, ansiedad, dependencia de los teléfonos celulares, acoso sexual, insomnio y pérdidas de las rutinas (aseo, horas de estudio, descanso, vida social) cruzan la vida de miles de jovencitos, muchos de los cuales desertaron del sistema escolar o tuvieron que emigrar con sus familias a otros lugares del país para tratar de sobrevivir.

Un factor clave de este shock originado por la pandemia en medio de la pobreza, aún por descifrar, tiene que ver con los retrasos en los aprendizajes en todas las áreas, y en lo que brevemente tratará este artículo, con los problemas asociados al procesamiento de información escrita, que se realiza a través de una operación cognitiva y lingüística compleja: la lectura.

La lectura en la escuela de la tercera década del siglo XXI tiene tres funciones:

gráfica 1

Parecerá de Perogrullo decirlo, pero cuando no se lee de modo habitual de estos tres modos indicados en la gráfica, se pierde una competencia esencial del desarrollo, del aprendizaje significativo, y en últimas del sentido de lo que somos. “Leo cuentos para sentir que vivo otras vidas”, dice un niño de 8 años. Otro agrega:

bolsa de papel

El reconocido historiador francés de la escritura Roger Chartier advierte en un libro reciente (Lectura y pandemia. Conversaciones, Katz, 2020), que la pandemia de Covid-19 desató condiciones de la lectura que ya venían en camino desde el poderoso ascenso de la lectura digital durante la segunda década del siglo XXI, en demérito de la lectura analógica, impresa, una construcción cultural poderosa que alcanzó su cima con el invento gutemberiano del libro de tipos móviles en la Alemania de 1440.

Son siete los efectos que en opinión de Chartier (p. 24) ha dejado la lectura digital en los niños y jóvenes, efectos asociados principalmente con la forma de lectura propia que establecen las redes sociales (Instagram, TikTok, Facebook):

1. Lecturas aceleradas

2. Lecturas apresuradas

3. Lecturas impacientes

4. Lecturas fragmentadas

5. Lecturas sin verificar fuentes (información imprecisa o falsa)

6.  Lecturas literales, reproductivas

7. Pérdida de la polisemia

Todo ello aunado por tiempos de lectura concentrada severamente cortos (1 minuto, a veces 3, como lo ha señalado el profesor Juan Carlos Muñoz[2]) en que a la ansiedad por mirar al celular (esto especialmente entre los adolescentes) se unen las distracciones a causa del vuelo de una mosca, la presencia de una persona que se ve a través de una ventana o los golpes en el hombro de un compañero molestón.

Se suman a estos problemas de las funciones ejecutivas, las dificultades para establecer formas de lectura metacognitiva en donde de forma organizada se establezcan objetivos de lectura específicos (una cosa es leer un texto para criticarlo; otra, para recuperar un dato).

La intervención para que en las escuelas se enfrenten las anteriores situaciones problemáticas de las lecturas escolares pasa por una reflexión detallada de cuáles son las tareas de los docentes-mediadores, en todas las áreas, porque en todas las áreas se lee y se escribe, no exclusivamente en Español o en Idiomas extranjeros.

En nuestra opinión es urgente establecer una estrategia de intervención didáctica y evaluativa para ayudar a los niños y jóvenes a recuperar la competencia lectora en las 3 funciones indicadas: leer para aprender, leer para construir la subjetividad, leer para ser ciudadanos. Esta estrategia requiere las siguientes actuaciones didácticas.

1. Mediación más fuerte. Esto es, acompañamiento del maestro en la interpretación de los textos[3].

2. Enseñanza explícita de habilidades del nivel literal e inferencial. Uso de colores o convenciones para diferenciar propósitos al leer: por ejemplo, léxico nuevo, conceptos presentes en el texto, información extratextual que requiere ser consultada, identificar aspectos de la microestructura, la macroestructura y la superestructura textual.

3. Aumentar tiempos de lectura sostenida. Pasar el lunes de 3 minutos al martes 5 minutos; el miércoles 7 minutos, etc.[4]

5. Organizar un Plan lector permanente de libros literarios e informativos. A través de clubes de lectura o en la biblioteca escolar. Aquí se deben tomar en cuenta los intereses lectores de los niños y jóvenes. Uno de esos libros debe ser seleccionado por ellos.

6. Avances verificados. Esta es una estrategia metacognitiva para que los estudiantes sepan en qué han avanzado y en qué deben mejorar. Por ejemplo, una escalera metacognitiva: el lunes leí 5 minutos concentrado y en silencio; el martes subí a 8 minutos, etc.

7. Cita de fuentes, referencias, intertextualidad. La lectura caótica durante la pandemia acostumbró a los niños y jóvenes a no detenerse en las fuentes de los textos que leían. “Lo saqué de Google”. Ahora hay que hacer énfasis en que toda lectura es intertextual y cuenta con fuentes que deben ser establecidas a través de formas de citación APA, Icontec, etc.

No se debe olvidar, también, que la intervención postpandemia debe tomar en consideración la otra gran competencia comunicativa: la escritura. Mi opinión puntual al respecto es que resulta urgente: i) recuperar las formas ganadas durante la cultura impresa: cuadernos ferrocarril, uso de lápiz y esfero, cuidado en la caligrafía y la ortografía; ii) establecer el uso de la escritura con destinatarios reales desde tres perspectivas: mnémica o registrativa, comunicativa, epistémica[5].

Fue gracias a un maravilloso ensayo -El infinito en un junco (2020), escrito por la española Irene Vallejo- que en medio de la horrible pandemia de covid-19 recuperamos el valor y el interés por el libro desde la Antigüedad: su historia, padecer y peso en la cultura. Una obra que en 45 capítulos -varios de títulos subyugantes como “Los olvidados, las anónimas”- pone en escena el valor de la cultura impresa y el significado ejemplar de la lectura de libros como forma de desarrollo del talento y testigos de la creatividad humana, con todo lo que esta tiene de ilimitada y problemática.

En este momento, abril de 2022, se pone en tensión de forma grave la dicotomía lectura digital-lectura impresa, que puede afectar para siempre la vida de los niños y jóvenes de nuestras escuelas. Y cuando digo “nuestras” es que son patrimonio público, es decir de todos, y requieren de nuestro apoyo y permanente custodia.

[1] Uno de estos estudios fue realizado por el DANE en 2021. Ver https://bit.ly/3uQPhfD

[2] Se puede leer su excelente artículo, resultado de su experiencia con estudiantes de bachillerato del Gimnasio Moderno en: https://bit.ly/3qVIBM3

[3] Al respecto he promovido en trabajo de formación de docentes el “Juego de roles”, creado por la profesora argentina Mabel Pipkin. Ver: https://bit.ly/35B0b0x

[4] De gran apoyo es la actividad “La lectura cuasiespontánea”, creada por el profesor Serafín Barreto. Ver: https://bit.ly/3J4bdsW

[5] Los conceptos han sido establecidos por la profesora Paula Carlino. Cfs. Carlino, P. (2005). Escribir, leer y aprender en la universidad. Buenos Aires: FCE, p. 36.