Natalia Díaz Agudelo
Docente Colegio Ramón de Zubiría IED, Localidad de Suba

Leer con jóvenes en una escuela de Suba

Miradas a la educación

Es el año 2022 y estamos en clase de español con grado séptimo en la jornada de la tarde. Aún no es un día de normalidad. Lo que conocíamos como lo cotidiano se ha roto desde la pandemia y un día común en la nueva presencialidad genera tantas anormalidades que la clase no puede transcurrir con toda la tranquilidad que la necesita un docente de español para acercar a sus estudiantes a la lectura y a la literatura.

Hay ausencias por gripa, y desde que regresamos a la escuela siempre se les dice que si se enferman no vengan al colegio para evitar contagios. Hay estudiantes que por el intenso frío que se vive este año en Bogotá necesitan ir al baño más seguido, y es muy rara una clase sin que por lo menos uno no pida permiso para ir, incluso cuando antes del inicio se envió a todo el mundo a lavarse las manos, que es un buen hábito reforzado por estos días para combatir virus y bacterias. Tampoco es raro los que manifiestan tener un dolor de estómago, no se sabe si por tomar agua de la llave, porque les hace daño el almuerzo del colegio o por los nervios de enfrentar las exigencias de la escuela secundaria (a ellos la normalidad se les alteró cuando aún eran niños de la primaria y aún les cuesta adaptarse) o tal vez es todo lo anterior junto la causa de su dolor. Por último, están los que se distraen con el celular, recibiendo alguna llamada, mostrando al compañero algo de un videojuego, revisando una notificación o teniendo el impulso de grabar un video para las redes sociales aquí y ahora “¡Profe, sonría a la cámara!” …

A pesar de todas esas interrupciones y otras que se presentan en el aula, leerles en voz alta un texto literario sigue generando una burbuja especial, un hechizo de la palabra que evoca y convoca la atención de todos en torno a un relato o un poema que les diga algo. Antes de ser docente de aula fui promotora de lectura durante siete años en varias bibliotecas escolares, y esta experiencia me ha servido en las clases de español para seleccionar los textos que les puedan generar un mayor interés. Al final de una lectura queda la sensación de que ha ocurrido algo singular en el salón de clases, y es evidente que los buenos libros, cuando se leen de forma adecuada, aún conservan un encanto y un poder grande sobre todos nosotros. Pero ¿qué sucede cuando la lectura la deben hacer ellos por su cuenta o en casa? Acá las dinámicas de la clase son diferentes y no es fácil generar el ambiente que se crea cuando se les lee en voz alta o cuando se hacía un taller en la biblioteca escolar.

Pese a todo, nos disponemos para la lectura silenciosa, con la esperanza de crear el hábito aunque sea en unos pocos, como resulta siendo casi siempre. En la primera parte de este año dejé que seleccionaran sus propios textos de los que después tendrían que hacer una exposición ante la clase. Durante tres sesiones seguidas se logró mantener unos 15 o 30 minutos de relativa concentración y en este punto influyó el tipo de libro que eligieron para leer. Acá la primera conclusión de nuestro estado de cosas en la lectura: la mayoría de mis estudiantes optó por los libros del plan lector que habían adquirido en los años anteriores. Si el año pasado cuando los tuve en sexto los puse a leer El Principito de Saint Exupery y Pinocho de Carlo Collodi, pues este año unos 10 o 15 por salón tenían estas lecturas en sus manos. Dos o tres estudiantes querían leer estos títulos, pero en el celular “¿Profe yo lo tengo acá en el teléfono descargado, será que también lo debo comprar? Es que mi mamá no tiene plata” Les dije que sí por la curiosidad de saber cómo les iba leyendo clásicos en una pantalla digital, aunque sin mucho optimismo por el resultado. Algunos un poco más avispados eligieron los libros de su plan lector de primaria o que les habían pedido a sus hermanitos, títulos más cortos y con letra más grande estilo Los Cretinos de Roald Dahl o los de Torre de Papel Azul de la editorial Norma. En este último grupo incluyo también Colombia mi abuelo y yo, lectura muy común en las primarias de los colegios oficiales, pero más larga que los antes mencionados y, sin embargo, ahí estaban unos 4 o 5 por grupo con ese libro elegido.  

El resto de las lecturas del grupo estaba compuesto por lo que se conoce como literatura de quiosco: libros como El caballero de la armadura oxidada, Quién se ha llevado mi queso o los de Carlos Cauhtémoc, obras que ya eran populares en mi secundaria y que al parecer no pierden vigencia. Y las excepciones, las gratas excepciones: Las crónicas de Narnia, las de Spiderwick, o algún título de Lovecraft y similares, obras que para mí son indicativos de hogares donde las familias sí crean hábitos de lectura en los niños desde pequeños y que tienen una pequeña biblioteca más o menos constituida, lo que propicia que a los doce o trece años hagan elecciones más conscientes y acertadas para su edad en cuanto a qué leer.  

Al momento ya de enfrentarse al texto en el aula, sucede lo previsible por estos días: los que tienen los títulos cortos y fáciles de la primaria avanzan sin dificultad, con el plus de que ya habían leído alguna vez las obras, así que al final sus exposiciones resultan más completas y fluidas, aprendieron a exponer, que era uno de mis objetivos, pero no se atrevieron a buscar algo nuevo y más desafiante para ellos.

 Los que tienen el plan lector de bachillerato, en su mayoría, avanzaron hasta donde les permitió hacerlo el tiempo de la clase, por lo que solo abarcaron los primeros 3 o 5 capítulos de la obra y eso es de lo que daban cuenta en sus exposiciones. Cabe resaltar que estas lecturas más extensas resultaron un desafío ya imposible de salvar en el primer intento, cuando debían leerlos el año pasado en casa durante la virtualidad o alternancia, y ahora en un segundo intento durante este año tampoco pudieron completar el ejercicio, salvadas excepciones. Si la primera conclusión apunta a que las familias carecen de obras propias en casa, salvo las que son obligatorias adquirir, mi segunda conclusión va encaminada hacia el hecho de que los estudiantes en secundaria tienen muy poco acompañamiento y supervisión real en sus tareas escolares por parte de sus tutores, por lo que desafortunadamente dedicar tiempo en casa para leer un libro está bien abajo en la lista de prioridades diarias en la mayoría de los hogares.

Esta experiencia me ha permitido llegar más o menos a estas conclusiones a modo de diagnóstico, así que ahora mi trabajo también pasa por buscar, pensar y probar las posibles soluciones a las dificultades con la lectura de mis estudiantes y teniendo en cuenta también toda nuestra anormalidad de postpandemia y mundo de pantallas hiperconectadas y mentes desconcentradas. Como docente amante de los libros y que entiende la importancia de la lectura para el desarrollo de nuestro país, me atrevo a formular unos principios básicos, orientadores y no negociables que yo misma pienso seguir en mi trabajo de forma permanente:

  1. Mi escuela debe seguir formulando y aplicando el Proyecto de lectura que complementa a todas las materias.
  2. La Biblioteca Escolar de la institución debe garantizar su funcionamiento de forma permanente, no solo brindando el servicio de préstamo externo de libros a los estudiantes, sino también contando con un profesional capacitado para realizar talleres de promoción de lectura de forma regular. Las bibliotecas de los colegios oficiales y sus proyectos están teniendo un regreso postpandemia aún más lento que todo lo demás y eso es preocupante.
  3. Las Bibliotecas Públicas de la ciudad deben retomar y seguir su articulación con las escuelas, promocionando todos los servicios y programas que le son propios entre los alumnos.  
  4. Los estudiantes deben contar con libros propios en sus hogares, se debe garantizar un mejor acceso, libros más baratos de adquirir y un plan lector de al menos tres obras por año muy bien seleccionadas.

Las escuelas de padres deben trabajar el tema de la importancia de los libros y la lectura para sus familias y recibir información y capacitación al respecto, pero considero más efectivo formar a los padres del futuro, nuestros propios estudiantes, quienes deben entender la relevancia que tiene formar niños lectores desde la primera infancia y evitar los malos hábitos con el uso inadecuado de pantallas y redes sociales de internet.