José Israel González
Maestro, escritor, Trabajador Social, Orientador escolar en el Colegio Nuevo Horizonte (IED)

Encontrones de la orientación educativa

Miradas a la educación

Me valgo del encontrón entre la luz y la obscuridad donde la sombra emerge. La luz es el conocimiento disciplinar del Docente Orientador que se topetea con la obscuridad de varios directivos y docentes, huelga decir: la ignorancia, el sinsentido y la sinrazón de su proceder ante la/os Docentes Orientadores. La sombra es el trayecto del encontrón entre la luz y la obscuridad, —dicho de otro modo— entre el conocimiento, la política pública y el poder de directivos que hacen suyo lo que no es propio: la opresión.  

Los tres encontrones, de los que se ocupa este artículo, hacen ostensibles los conflictos que, en la cotidianeidad, coteja la escuela entre agentes educativos. El infierno de la jornada laboral y La sin salida de una salida pedagógica trenzan la lucha entre la luz y la obscuridad en el quehacer educativo. El niño de los tenis prestados gime, porque la justicia sea la luz ante su ocaso. Como en el mito de Ariadna, el Docente Orientador recibe el ovillo dorado de los Derechos Humanos, lo desenreda y ayuda a educandos y docentes a salir del túnel, empero, el Minotauro, encarnado en algunos directivos docentes y docentes, se resiste a permitir la salida de Perseo; es decir, se aferra a que reine la obscuridad en un universo donde la luminosidad es inocultable.    

El infierno de la jornada laboral

Las “mínimo ocho horas” de jornada laboral que estableció el legislador colombiano para directivos docentes, rectores, coordinadores y los orientadores, —porque literalmente no es para Docentes Orientadores, pues su denominación es ulterior—, ha sido “el infierno de los vivos”, evocando a Ítalo Calvino, para quien hay dos maneras de sufrirlo: aceptarlo y volverse parte de él hasta el punto de no verlo más o reflexionar y hacer pesquisa para “saber reconocer quién y qué, en medio del infierno, no es infierno, y hacerlo durar, y darle espacio” (Cohen, 2006, p. 111). 

La actitud sentipensante de la/os Docentes Orientadores ha sido negarse a aceptar ese infierno y por ende a no ser parte de él, por una indiscutible razón: no somos Orientadores como lo estipula el legislador con esa dosis de veneno que han querido hacernos tragar, a través de los boticarios que administran mecánicamente algunas instituciones. Somos docentes nombrados como tales y adscritos a uno de los tres estatutos, en algunos caos: “Docente Orientador”, en otros: “Docentes con asignación de funciones como Orientador”. La denominación “Orientadores” refiere a profesionales de Psicología, Trabajo Social, Psicopedagogía e incluso Administración Educativa que otrora ejercían funciones administrativas, en algunas dependencias de Secretarías de Educación y del Ministerio, y por reestructuraciones y afinidad de su trabajo fueron reubicados en colegios, sin modificar el nombramiento. 

El infierno de los Docentes Orientadores no es algo que será, tampoco algo que fue, sino que sigue siendo. Lo que existe, en el aquí y en el ahora, es aquel que habitamos todos los días bajo el yugo de muchos directivos docentes que confunden el poder con el saber y, en esa confusión, arremeten contra los Docentes Orientadores por negarse a aceptar el infierno y volverse parte de él hasta el punto de no verlo más. Los Docentes Orientadores optamos por buscar y saber reconocer quién y qué, en medio del infierno, no es infierno, hacerlo durar, y darle espacio. Esta opción es subversiva porque exige atención y aprendizaje continuos, prácticas que repelen quienes gustan del infierno de los vivos, así a diario eleven oraciones al cielo para salvarse, convencidos de que “quien ora y peca empata”. Deberían los boticarios aprender de aquella monja jerónima y escritora mexicana, amante de la ciencia y de la poesía, —Sor Juana Inés de la Cruz—, que la preocupación debe ser más por el saber que por la salvación.    
  
Esta tragedia, diría Estanislao Zuleta, fruto de la confusión del poder con el saber, ha sumido a las instituciones escolares en una tragedia permanente en la que todos seguimos perdiendo fuerza en el empuje de la educación hacia la humanización y al reconocimiento de todos sus integrantes como sujetos de derechos. Esta tragedia ha propiciado la intervención de Control Interno Disciplinario y otros entes de control en la resolución de un conflicto, en el que los Docentes Orientadores hemos demostrado la razón y logrado el archivo de esos procesos, luego del sometimiento a un innecesario desgate para las partes y una gran perdida de tiempo y recursos. Ni siquiera los acuerdos firmados por Fecode-Estado, que tienen fuerza de Ley —por ser convenios rubricados por Colombia con la OIT—, son reconocidos por los boticarios, pues siguen haciendo justicia por su propia mano. Pueda ser que con la expedición del nuevo estatuto docente este y otros asuntos, que han envilecido la salud mental del magisterio, sean clarificados para el bien de la democracia y de Colombia Potencia de la Vida.

La sin salida de una salida pedagógica

Parafraseando la fábula amarga, en la escuela actual, pese a los avances en la materialización del Derecho a la Educación, la formación de los docentes y la experiencia —en la mayoría de los casos no reflexionada ni sistematizada por los docentes, para afirmar que hacen pedagogía— los educandos siguen siendo oprimidos — como lo escribió un psiquiatra y psicoanalista colombiano —, siguiendo un aparente ritmo normal satisfactorio y alcanzando el patético éxito escolar, en unos casos, mientras que en otros se van retrasando y acumulando plomo en sus píes, interiorizando el fracaso como suyo propio, llegando tarde a la única cita que valía la pena: la que tenía o tiene consigo mismo.

En esa impronta de no querer llegar tarde a la cita, hace no más de dos lustros, el rector de un colegio distrital, cuyo nombre desvela el sueño y trasiega la vigilia,  haciéndole caso a los cantos de sirena de algunos docentes, quienes embriagados por los lotófagos del confort y la mediocridad, y acongojados porque algunos estudiantes no ingerían la cruda e insípida merienda curricular, por falta de cocción y buena sazón. pedagógica, decidieron desescolarizar a una treintena de estudiantes hasta tanto Orientación no hiciera “algo con ellos”. El Docente Orientador, en un gesto de empatía y respeto con los educandos y en concordancia con el rector, gestionó la asignación de transporte por el Departamento de Bienestar Social del Distrito, un club en Sasaima con recreación dirigida, almuerzo para todos, piscina y acompañamiento psicoterapéutico.
 
El balance de la acción psicopedagógico-recreativo fue satisfactorio para los educandos, para los padres de familia, para el Distrito y para muchos de los educandos compañeros de los diferentes grados. Paradójicamente para los profesores, quienes pidieron la atención a ese variopinto grupo de educandos, fue incómoda e infausta, pues sus juicios de valor se fueron lance en ristre hacia el Orientador “porque premió a esos vagos”, “les dio alas para que jodieran más en el salón”, “ahora nadie se los aguanta”. También se captó que los profesores querían castigo para esos disruptivos educandos, desconociendo como formadores, que el castigo es siempre un acto de odio y el odio engendra más odio e ignorando —como diría Neill— que “el niño castigado es cada vez peor”, convirtiéndose a posteriori en padre y/o madre punitivos. A los profesores, dentro de su inconformismo, les quedó claro que curar no es la función del Docente Orientador ni del educador y que lo que se necesita es educar a las nuevas generaciones, para que no requieran de cura alguna y eso se hace con amor y libertad. La consigna del educador, a diferencia del anodino farolero que vive en el quinto planeta, no es apagar y encender un farol, sino mantener la llama encendida.  

El niño de los tenis prestados

Como en La Vorágine, ese niño que le pidió a uno de sus compañeros que le pasara los tenis por las rejas que separan al colegio del entono, para poder ingresar a clase y prescindir la sanción por inasistencia, sin que la profesora de vigilancia se percatara, “jugó su corazón al azar y se lo ganó la violencia”. A la profesora alguien la alertó del ingenio del niño, que no lo vio como ingenio sino como una falta gravísima, motivo de la máxima sanción del educando, de acuerdo con los preceptos de un Manual de Convivencia, hecho a imagen y semejanza de los adultos, desconociendo principios de Adaptabilidad, Aceptabilidad, Acceso y Permanencia, además la proporcionalidad de la sanción, dadas las circunstancias que acarrearon la falta en un niño heterónomo, que va a la escuela a que lo formen con criterios, valores y principios democráticos y no a recibir sanciones y reprimendas.     

A los dos niños, que el colegio luchaba porque su corazón no se lo ganara la violencia de la calle, fueron remitidos a Orientación para ser valorados psicológicamente, porque la transgresión de la norma era un delito que debía sancionarse ejemplarmente. También la profesora pidió al Docente Orientador y al rector que se citara a los padres de familia de los educandos para que los llevaran a un examen psiquiátrico, tal como le aconteció al niño Gabriel García Márquez cuando los clérigos de la Compañía de Jesús, inquietos por la salud mental del “niño desdicho” cuya genialidad se debía, según Luisa Santiaga, a la Emulsión de Scott. 

La sombra legal de la profesora fue dispersándose con la luminosidad del Docente Orientador quien, asumiendo la mayoría de edad, valiéndose de su propio entendimiento y apoyado en la Constitución Nacional, en sentencias de la Corte Constitucional y en las Pedagogías Antiautoritarias, le fundamentó a la profesora que las acciones que Ella pedía eran adversas a los derechos fundamentales de los niños, particularmente de las libertades y de la Educación. La susodicha no compensada con sus pretensiones elevó queja a la Secretaría de Educación contra el Docente Orientador, solicitando sanciones “por impedir el buen desarrollo de la institución”. Además, porque Él desautorizaba a los profesores “de disciplina” al abogar porque a los estudiantes que se les impedía el acceso por llegar tarde, no llevar el uniforme completo, maquillarse, usar piercing, portar el cabello largo y por no ir con el acudiente, ingresaran junto a los docentes que también llegaban tarde. El argumento del Docente Orientador era que: “eso materializaba la doble moral”, “a los niños se les educa con el ejemplo” y que el hecho de ingresar el profesor tarde, pasando por medio de las decenas de educandos que esperaban en la calle la venia del coordinador para entrar, “desdibujaba la practica pedagógica, la ética y el profesionalismo de cara a la comunidad”.  

El desprestigio y la persecución al Docente Orientador fueron una constante, tanto que una rectora, quien antaño había ejercido la Orientación Escolar, acudió a la Subsecretaría de Educación para acusarlo y pedir el traslado con resultados infructuosos, volviéndosele la pretensión en su contra por acoso laboral. Cuando el Docente Orientador sale del colegio por, su propia voluntad, se despide de los estudiantes de 6º a 11 y la respuesta contundente fue un “¡no!, no se vaya” y al unísono un largo aplauso, sin que algún directivo o profesor le hubiese pedido eso a los educandos como suele ocurrir. Grandiosamente fue un gesto de gratitud por la acción pedagógica y comprometida de un Docente Orientador, quien fue capaz de ser garante de los derechos de los estudiantes desafiando la ignorancia y antipatía de unos docentes y directivos docentes, que desconocen que la existencia es un viaje en un solo sentido: hacia adelante, un adelante que deja atrás el pasado presente de la Constitución de Rafael Núñez y que, con sus alas, como el Ángelus de Novus, nos impulsa a ser garantes de los derechos de los estudiantes y de la comunidad educativa que transporta la balsa de la Constitución de 1991.

Quedan en la obscuridad y en la sombra muchos episodios para ponerlos a la luz. Este es apenas un abrebocas para que quienes leen este texto se animen a escribir, porque siguiendo a Isabel Allende: “escribir ha sido mi salvación en las épocas trágicas de mi vida y mi manera de celebrar en las épocas alegres. La literatura me ha permitido exorcisar algunos de mis demonios y transformar mis derrotas , dolores y perdidas en fuerza.”(Allende, 2009, p. 43). Esa fuerza es la luz que siguirá rompiendo con la obscuridad y acompañando a la sombra para que no abdique hacia ella, para que lo esencial sea visible a los ojos y las palabras no sean fuente de mal entendido, como le advirtió El Principito al conejo. Y a quienes se arrogan en el poder para obscurecer la senda de la educación que no olviden las palabras de Creón en el mito de Antígona: “sábete que las mentes demasiado rígidas son las que más veces caen, y que el hierro fortísimo, forjado y endurecido al fuego, lo puedes ver a menudo romperse y desgastarse. Pero yo sé que con un pequeño bocado se doman los fogosos caballos, pues no es posible ser altivo cuando se es esclavo del vecino”    
  
Fuentes 
Allende, I. (2009). Las amantes de Guggenheim. El oficio de contar. Buenos Aires Editorial Sudamericana..
Cohen, E. (2006). Los narradores de Auschwitz. México: Fineo.