Cecilia Rincón Verdugo
Doctora en Educación de la UNAM de México, ex decana de la Facultad de Educación y Ciencia de la U. Distrital, Directora del IDEP

El Currículo: una reforma que no da espera

Miradas a la educación

Hoy hay suficientes razones, reflexiones y expectativas para preguntarnos sobre la necesidad de un nuevo currículo para la educación colombiana. Anna Pons, invitada especial al reciente Foro Educativo Distrital y quien participó en el equipo que coordinó años atrás el acceso de Colombia a la OECD, alertó de manera crítica a nuestras autoridades educativas sobre la necesidad de tener un nuevo Currículo compartido para el sistema educativo colombiano. 

Si coincidimos con el llamado de Anna Pons, surge la pregunta obligada: ¿cómo llegamos aquí? ¿Acaso fue cuando la Ley General de Educación de 1994 y sus decretos reglamentarios propusieron que tuviéramos un Proyecto Educativo institucional que reivindicara la singularidad y el contexto de cada comunidad educativa y, en el marco de la autonomía institucional, que definieran sus propias rutas según el concepto de currículo que asumieran?

¿O fue en el momento en que asumimos el currículo de manera tan amplia como lo propuso la Ley General en su artículo 76, donde entendimos que este era tantas cosas, de tantos niveles semánticos y conceptuales tan diferentes como para juntar en un solo párrafo: “criterios”, “planes de estudio”, “programas”, “metodologías”, “recursos humanos, académicos y físicos”?

Concepto de currículo. Currículo es el conjunto de criterios, planes de estudio, programas, metodologías, y procesos que contribuyen a la formación integral y a la construcción de la identidad cultural nacional, regional y local, incluyendo también los recursos humanos, académicos y físicos para poner en práctica las políticas y llevar a cabo el proyecto educativo institucional. (Artículo 76. Ley General de Educación de 1994).

¿O fue acaso en el momento en que buscando resignificar la “autonomía” se decidió cargarle el peso a cada escuela, en cada rincón del país, para responder por todo ello sin preguntarnos si habíamos creado las oportunidades de cualificación docente, formación en ejercicio, calidad en los apoyos y recursos para acompañarlos? ¿No será que, revindicando la autonomía institucional, saltamos sin transición a cargarle todo el peso de la definición y diseño curricular a los colegios?

Al maestro le empezaron a llegar lineamientos, orientaciones, estándares, competencias y programas de diversa naturaleza, sobre los que tampoco ha existido consenso, y con los cuales, en una especie de rompecabezas sin un modelo de referencia, cada cual los ha interpretado a su manera y posibilidades.  No es aventurado afirmar que en cada institución educativa pueden existir tantos currículos como maestros hay. Lo mismo podríamos decir sobre los PEI, o sobre la evaluación, las competencias, o sobre cómo y para qué las hacemos.

Esto no es necesariamente negativo. De hecho, en las comunidades educativas del país existe un universo de esfuerzos, avances y resultados en estos procesos. En un país de regiones y diversidad culturales posible encontrar multiplicidad de propuestas y desarrollos, tendencias e innovaciones de una riqueza pedagógica incalculable. Pero, tal vez en ello, hay otra historia también, corriendo en paralelo, la que significa una fractura de una nación que le ha costado tejer puentes de integración, donde el conflicto de visiones nos impide ponernos de acuerdo en una base común de aprendizajes que garantice a todos los estudiantes del país un sentido de unidad, a la vez que valoramos la diversidad, y así no ser indiferente frente a la diferencia.

Un hecho reciente demostró la dificultad para construir consensos. Frente al informe de la Comisión de la Verdad, que fue sustentado con una amplia base empírica y metodológica rigurosa, surgieron aún sin leer el documento voces negacionistas que incluso se opusieron a llevar este aprendizaje de no repetición a la Escuela. Sin duda una muestra de lo complejo que es ponernos de acuerdo. Pareciera que el botón del desacuerdo lo tuviéramos siempre en modo automático.

En estas dinámicas de país, con hondas fracturas y conflicto de cosmovisiones, la lógica de la escuela colombiana es la historia de una suma desarticulada de reformas, políticas públicas e iniciativas que no han logrado construir un acuerdo de cuál es el Currículo que debemos construir entre todos.

Y no es por falta de imaginación o creatividad. A manera de ejemplo, hay políticas públicas que han dado muestra de cómo hacerlo, como el programa de Organización Escolar por Ciclos, (propuesto e impulsado en el 2008 por la Secretaría de Educación del Distrito). Esta propuesta buscó enfrentar la desarticulación entre niveles y grados, la atomización y fragmentación de los contenidos, la baja correlación entre grados y niveles, la desarticulación entre el desarrollo curricular, y, sobretodo, la falta de una visión integrada de los fines, objetivos y metas de la enseñanza y de los aprendizajes

La definición del Currículo de hace 30 años ya no nos sirve, quizás tengamos que replantearla profundamente. Vivimos en un país y un planeta distinto al de aquellos días. Es el mundo de la cuarta revolución industrial, de la innovación y la inteligencia artificial, de la edición genética, de las redes sociales y la postpandemia. Es un mundo también de democracias frágiles y de nuevos movimientos y empoderamientos sociales nunca vistos en la sociedad y en la escuela. Es la diversidad de las identidades, el empoderamiento de las mujeres y nuevas alteridades, es la crisis climática y el resurgimiento del peligro de la hecatombe nuclear. Es un mundo de nuevos riesgos, oportunidades y conflictos.

Es un país con una juventud nuevamente empoderada, que toma decisiones nuevas, que nos pone en una ruta de nación diferente a la de generaciones previas, incluso en abierto conflicto con ellas. Con otros imaginarios y necesidades, una juventud que reclama otros proyectos de vida. Este nuevo escenario, con tantas oportunidades y riesgos, es la vez una posibilidad para repensar un currículo articulador, con una base común de conocimientos, aspiraciones y valores, para nuestro sistema educativo.

Anna Pons (2022), señalaba que, entre los países de la OECD, Colombia es el que menos currículo tiene, o más bien, un país que no tiene un currículo nacional. Esto tiene múltiples implicaciones que escapan al detalle en esta reflexión, pero podemos señalar algunas.

  1. No podemos imaginar en el siglo de la hiperconexion, del todo al instante, de la ubicuidad de la información y el contacto, que la escuela signifique lo mismo que en 1994. Esto implicará imaginar un currículo de una escuela conectada con su entorno, que piense su contexto, su lugar, que esté articulada con la riqueza de oportunidades de una sociedad.
  2. La investigación y la ciencia sobre el desarrollo humano desde múltiples disciplinas, hoy está tejiendo una visión transdisciplinar que cruza diálogos que van desde la educación, la pedagogía, la sociología, la antropología, la neurociencia y la biología, entre otras, para alimentar lo que entendemos por cognición, emoción, socialidad, infancias, juventudes y aprendizajes, todas estas categorías centrales en la pedagogía del siglo XXI.
  3.  Se ha vuelto más difícil ponernos de acuerdo en los futuros que soñamos y que vemos posibles., pero tendremos que llegar a construir visiones dialogadas de país, más articuladas con los nuevos lugares que queremos tener en el mundo.
  4. Un currículo nacional es producto de consensos. Que sea nacional no es, como lo señalara Anna Pons, algo que riña con la autonomía o las regiones. En un país de regiones y diversidad cultural, el currículo debe incluir voces y lugares, anhelos y contextos. Debe, asi mismo, ser diverso y flexible, capaz de atender e interpretar las diversidades de los contextos.

Los consensos que se construyan sin duda serán su base y deberán pasar, por lo menos, por dialogar sobre visones de país, futuros deseados, trayectorias por recorrer y reglas de juego por respetar. Es decir, las condiciones para construir una escuela donde quepan los ciudadanos de estos nuevos mundos, en sus nuevos territorios.

Construir un nuevo currículo para los nuevos tiempos tiene mensaje de urgencia, para todos los implicados. No debería posponerse ni dilatarse. El tiempo y el sentido de la oportunidad son también especies en vías de extinción.

Pons, A. Intervención. 2022. Foro Educativo Distrital, Bogotá. Consultado en: https://www.youtube.com/watch?v=ECx-wAPhU3s

Ley General de Educación 115 de 1994. Consultado en: https://www.mineducacion.gov.co/1621/articles-85906_archivo_pdf.pdf