Bernardo Toro A
Director de la Fundación Avina en Colombia. Exdecano de la Facultad de Educación de la Universidad Javeriana

El cuidado de sí mismo, pandemia y escuela

Miradas a la educación

“El que cuida ama y el que ama cuida.
El cuidado no es una opción,
aprendemos a cuidar o perecemos.
El cuidado asume una doble función
de prevención de daños futuros
y regeneración de daños pasados”
Leonardo Boff[1]

Lo que nos enseña la pandemia

La pandemia nos enseñó que la salud es el principal bien humano. De nada sirven los títulos, el dinero, la fama, el trabajo… si no se tiene salud. También nos puso en evidencia que la familia es una institución de alto nivel estratégico por su capacidad de actuar para solucionar problemas en momentos de crisis. En las familias se concentraron la educación, la salud, la seguridad, el trabajo, el deporte, etc. Fueron las familias, aliadas con los educadores, las que hicieron posible la continuidad del proceso educativo. La interacción y comunicación positiva y productiva entre las familias y los maestros hizo la diferencia en los aprendizajes de los niños y los jóvenes. Los padres entendieron y valoraron las capacidades de los maestros de sus hijos, a su vez, los educadores entendimos que la alianza escuela-hogar es definitiva para el aprendizaje. Pero quizás el aprendizaje más relevante que educadores y familias podemos derivar de la pandemia es, que el nivel y calidad del aprendizaje de los alumnos depende de la responsabilidad, cuidado y competencia de los adultos que rodean a los niños y jóvenes en su experiencia educativa: la seriedad, dinámica y calidad de un sistema educativo es creciente cuando el sistema no culpa al alumno del fracaso. Cualquier persona, a cualquier edad, puede aprender bien si se le provee del método y motivación adecuados. En especial lograr el principal aprendizaje, fundamento de todos los otros aprendizajes: aprender a cuidar de sí mismo.

Aprender a cuidar de sí mismo: el cuidado del cuerpo y del espíritu

El cuerpo es nuestra única pertenencia real en este mundo; lo demás son arandelas e incidentes. Así, pertenecemos a él y él nos pertenece, y por tanto no existe diferencia entre tener un cuerpo y ser un cuerpo. Cuando digo “tengo un cuerpo”, establezco una distancia entre el yo mental y el espiritual, y el físico o material. Y cuando digo “soy cuerpo”, acepto que las ideas, emociones y sensaciones comparten la misma naturaleza de mis huesos, órganos y músculos. Tan espiritual es mi sangre como física mi tristeza” [2]

Esta cita de Álvaro Restrepo (bailarín, coreógrafo y fundador del Colegio del Cuerpo) nos señala la importancia del cuerpo para el acto educativo. En el cuerpo habitamos y somos. Es el principal don de la naturaleza; por el cuerpo podemos ocupar un espacio único en el universo. Sin cuerpo no podemos “ir a clase”, ni tener amigos ni relaciones. Todo cuerpo tiene un fin y una razón de ser y por eso es necesario aprender a cuidarlo desde el nacimiento hasta la tumba. Es la gran pertenencia de cada uno/una. Exceptuando los programas preescolares, en nuestros diseños y mallas curriculares las disciplinas o materias referidas al cuerpo son calificadas como extracurriculares: danza, expresión corporal, teatro, deportes, gimnasia, yoga, artes marciales no violentas, cuidado estético, moda, cocina, nutrición, etc.

 “La educación tradicional no ha hecho otra cosa que ´sacarle el cuerpo al cuerpo´. […] Nuestra propuesta a la educación tradicional consiste en que […] se agrupen en un área holística del conocimiento todas aquellas materias que tiene que ver con la educación del cuerpo. Éstas, por ser interdisciplinarias y transversales, pueden integrarse al currículo en todo el proceso educativo […]. La educacion integral del cuerpo incluiría las siguientes materias: las prácticas deportivas y artísticas como la danza, la expresión corporal, la acrobacia, etc.; técnicas alternativas de autoconocimiento corporal como las de Alexander, Feldenkreis, Rolffing, Pilates, etc.; técnicas de manipulación terapéutica y masaje; disciplinas de autocontrol y concentración como Yoga, Tai Chi, Aikidoo, Capoeira y otras artes marciales no violentas; educación sexual; comportamiento y salud; responsabilidades con el cuerpo propio y ajeno; kinesiología; análisis del movimiento; prevención de la drogadicción; educación ambiental-relacionada también con la ecología del cuerpo-; alimentación y nutrición; y, por supuesto, el estudio exhaustivo de la anatomía, anatomía comparada y fisiología” [3]

“La salud es la armonía de los órganos del cuerpo” dice un antiguo aforismo. La pandemia nos ha enseñado la importancia del autocuidado para conservar la salud y nos enseñó a diferenciar entre salud y medicina. Aprendimos que a mayores cuidados y autocuidados de la salud (lavarse las manos, tapaboca, distanciamiento, etc.) era posible disminuir la probabilidad de ser hospitalizado (medicina). La salud se fundamenta en los comportamientos personales y colectivos de previsión, prevención y cuidado; esto implica dar especial atencion a todo lo que contribuye a la armonía del cuerpo: agua potable, seguridad alimentaria, disponibilidad de excretas y aguas residuales, aire limpio, control de plagas y virus, vacunas para todos, cordones epidemiológicos para tener ambientes saneados seguros y bellos. Las enfermeras y los médicos salubristas y epidemiólogos fueron la primera línea para evitar la saturación hospitalaria. A mayor cuidado en salud (previsión y prevención) menos necesidad de hospitales, de UCIS y emergencias. Los niños y jóvenes de la pandemia pueden contribuir a iniciar una generación de colombianos que valoren la salud como el principal bien personal y colectivo. Pero es necesario trabajar pedagógicamente las enseñanzas de la pandemia que ellos mismos han sufrido. Y si aprendemos a valorar la salud, aprendemos a entender el valor de cuidar la propia vida y quizá así podamos descubrir el valor de cuidar la vida del otro y de los otros …y aprendamos a convivir sin violencia.  

Cuidar del espíritu

Aquí entendemos por espiritualidad la capacidad de una persona o un grupo de trabajar por evitar o disminuir el dolor en los otros. Esta definición inspirada en un escrito del Dalai Lama[4] no debería parecerle extraña a los educadores. Educar es trabajar y luchar contra el dolor de la ignorancia. Los educadores somos parte del proyecto espiritual del pais para hacer posible la convivencia pacífica y así evitar el dolor que produce todo tipo de guerra o daño al otro y a los otros.  En muchos lugares somos para los niños y los jóvenes el referente y la promesa para salir de la ignorancia y poder superar la exclusión que produce la violencia.

Sin embargo, en nuestra tradición educativa no hemos construido teoría y métodos probados para la formación espiritual. Estamos hablando de formación espiritual, es decir, en la formación en que coinciden todas las religiones y los grandes maestros espirituales: relacionarnos e interactuar sin hacernos daños, ni físico, ni emocional, ni social. Dicho como lo dicen muchos educadores, la formación espiritual es ante todo el reconocimiento y el respeto al otro diferente a mí, pero que tiene tanto valor y significado como yo mismo. Ya esta dicho de otra manera hace siglos “ama a tu prójimo como a ti mismo”[5]

En las culturas budistas la formación espiritual tiene toda una metodología basada en la meditación, en aprender a hacer silencio interior, ser consciente de todo su cuerpo, sentimientos y acciones para poder escuchar la voz interior y única que tiene cada ser humano[6]. Esta formación inicia a los 9 años y termina a los 14. Se supone que, a esta edad, y después de 6 años de meditación, un joven está en condiciones de seleccionar, por sí mismo y autónomamente, las normas y los valores que van a guiar su vida y ser libre (¡solo la autorregulación produce libertad!). Es la formación para la autonomía, lo cual supone autoconocimiento, autorregulación y autoestima. Unos de los grandes desafíos de las ciencias de la educación y de los educadores colombianos es la construcción de la una narrativa sólida, con metodologías probadas para hacer de la formación espiritual el factor de la transformación de las nuevas generaciones.

La meditación adquiere cada día mayor relevancia en las empresas y la llaman mindfulness (Atención plena). En los tiempos recientes esta propuesta de mindfullness ya está siendo practicada en Colombia[7], como lo saben muchos profesores.

La formación espiritual en última instancia es formar personas autónomas; personas que tienen autoconocimiento, autorregulación y autoestima y por eso pueden ser libres. Que saben cuidar de sí mismas, de los otros (conocidos y extraños) y cuidar de la Casa Común.

Son personas que pueden tener un sólido proyecto ético: trabajan para hacer posible la dignidad humana (los Derechos Humanos) y cuidan de los Bienes Ecosistémicos del planeta que hacen posible la vida para las presentes y las futuras generaciones.

 

[1] Citas tomadas de: Boff Leonardo (1999) Saber cuidar: Ética do humano-Compaixäo pela terra. Vozes. Petrópolis. En español: El cuidado esencial: Ética de lo humano-Compasión por la tierra (2002). Trotta. Madrid.

[2] Álvaro Restrepo (2005). Fragmentos sobre un discurso sobre el cuidado del cuerpo. En: I Congreso, La educación desde las éticas del cuidado y la compasión. Facultad de Educación. Pontificia Universidad Javeriana. Editorial Javeriana. Bogotá. El énfasis en la cita es nuestro.

[3] Álvaro Restrepo, Op.cit.

[4] Dalai Lama. (2000). El arte de vivir en el nuevo milenio. Grijalbo- Mondadori. Barcelona

[5] Mateo 22,39

[6] Las culturas budistas a las que nos referimos son Tailandia, Vietnam, Camboya, Laos y Myanmar. Nosotros somos culturas cristianas. Toda Europa, incluida Rusia y toda América (de polo a polo) somos culturas cristianas. Ud. puede ser ateo, pero su cultura es cristiana si nació en Colombia.

[7] https://www.elpais.com.co/educacion/mindfulness-en-la-una-tecnica-para-reducir-el-estres-y-la-ansiedad-en-los-jovenes.html