Lucía González D.
Ex comisionada de la Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad, la Convivencia y la No Repetición

Ciudadanía para la Paz: una propuesta desde la Comisión de la Verdad

Miradas a la educación

Desde la Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad, la Convivencia y la No Repetición, hemos propuesto al gobierno nacional hacer una reforma curricular integral, que ponga en el centro de la educación la formación de una ciudadanía para la paz, entendiendo que la paz no es una materia, que no puede ser solo una cátedra, dado que atraviesa la vida humana, social y política. La paz es una aspiración humana a la que puede llegarse si la sociedad, y con mayor responsabilidad el Estado, ha formado sujetos capaces de vivir en armonía.

Si la sociedad se compone de seres corresponsables del destino de los otros, actores conscientes de la construcción del bien común, que es lo que conviene a todos de igual manera, a pesar de las diferencias, sujetos que pueden ponerse en el lugar del otro y sentirse parte de ese cuerpo social que es la Nación, y actuar en consecuencia, a esos sujetos los podemos llamar ciudadanos. Hemos avanzado, pero aún no logramos que la ciudadanía sea plena y efectiva. No está claro que actuemos normal o masivamente en la búsqueda del bien común, y no hemos logrado que una parte de la sociedad se haga cargo de contribuir a superar las inequidades, las violencias, los horrores vividos en estos últimos 60 años. Hay ejemplos inmensos de altruismo, pero a esos seres que han dedicado la vida a los demás, a los derechos humanos, a la defensa de comunidades y de los territorios los ha perseguido la sospecha, y hasta la muerte.

Proponemos formar ciudadanos en el reconocimiento de la igual dignidad de todos los seres humanos, principio básico de humanidad, inalienable, que en Colombia todavía no se da. Una noción comprendida y vivida por todos, tal como dice nuestra actual vicepresidenta, que bien conoce en carne propia de qué habla: la lucha es hasta que la dignidad se haga costumbre.

Proponemos seres formados en el reconocimiento y en la valoración de la diferencia. Es decir, capaces de reconocer la otredad y de ver en ella una oportunidad de enriquecimiento, que entendamos, como dice Saint Exupéry que “si difieres de mí, lejos de herirme, me ilustras”. Pero también capaces de reconocer el aporte que las otras culturas, los otros cultos, las otras ideologías, las otras opciones sexuales, hacen más vivible la vida individual, la vida colectiva y la de una nación. Que formemos seres capaces de reconocer en la deliberación, la enorme posibilidad de enriquecer los saberes y fortalecer los argumentos, como seres racionales en constante construcción, para superar la polarización que nos impide dialogar.

En la Comisión de la Verdad hemos constatado que en el corazón de este conflicto armado hay un ser humano herido por las prácticas de la guerra, que no son solo la eliminación física del otro, sino también la destitución de ese otro por la palabra, por el desprecio, por la humillación o el olvido; por el racismo, por el clasismo, por el patriarcado. Como pasa con muchas capas de nuestra población que hemos olvidado, ignorado y ofendido, como ha sucedido con las poblaciones étnicas, los campesinos, los pobres, los que piensan distinto. Hemos entendido que en Colombia se ha construido una noción del otro, de los otros, acotada, estigmatizante, que juzga antes que comprender. Lo que se constituye en un escenario de inmensa vulnerabilidad para muchos, pero también de resentimientos, de odios y de limitaciones para otros, que alimentan la guerra. Hemos constatado que tenemos miedo a la diferencia, que adoptamos la doctrina militar del enemigo interno como una práctica cotidiana y la hemos extendido, convirtiendo en rival al distinto, lo que imposibilita una relación dialógica enriquecedora y alienta la destitución del otro, de lo otro.

Hemos constatado que tantos años de guerra nos han habituado a las violencias, a los silencios, a los olvidos, y es hora no solo de encarar ese “modo guerra” en el que nos acostumbramos a vivir, sino también que ya es una urgencia resolverlo entre todos, si queremos ser una sociedad civilizada que crece en este hermoso país plural, en este bosque nativo donde la diversidad debe ser la gran riqueza, la gran fortaleza. Principios y modos de estar en sociedad que no se aprenden en una clase ni en una cátedra. Elementos que tienen que atravesar el espíritu formador de la educación, iluminar el camino de quien enseña y de quien aprende.

¿De qué nos sirve avanzar en las Pruebas Saber si no somos capaces de vivir como seres humanos en sociedad? ¿De qué sirven las competencias en lectoescritura si no somos capaces de leer lo nuevo, lo distinto, lo que está ahí para enriquecernos o interpelarnos? ¿De qué sirven las competencias matemáticas si dividir es la operación que domina nuestro mundo social y aprendemos a restar más que a sumar? ¿No será que a este país le sirve más, justo por tantos años de guerra y dolor, por el trauma que esta ahí y nos determina, medirnos por unas pruebas ser, que pongan en el centro al sujeto mismo y a este en relación con sus pares y con los que no lo son?

No podemos “homologarnos” con las medidas y saberes de otros países que han alcanzado elevados niveles de convivencia, de civilidad. Sin superar la asignatura de la convivencia estaremos en deuda con nosotros mismos y el desarrollo que logremos no será para la construcción de bienes públicos, ni para el bienestar de todos. Justo, esos países entendieron que para superar el estado de cosas que vivían, la educación universal, de calidad y con propósito tenía que ser un imperativo como estrategia para lograr la equidad, principio sine qua non de la paz, y con ella, las condiciones básicas para convivir en sociedad.

Ni Alemania ni Suecia fueron los países que son hoy si no hubieran hecho un esfuerzo enorme por construir esa justicia que da tener acceso a una educación de calidad para todos, fundada en principios éticos, en los que el respeto al otro y a la vida está en el centro. No llegaremos a superar la violencia si seguimos pasando por la educación básica y superior sin reconocer la herencia que nos determina, que está marcada por la pervivencia de la guerra. ¿Cómo situarnos como sujetos en comunidad y ser útiles a los demás y al país si no somos conscientes de que el trauma que nos deja la guerra reconfigura los valores, los modos de relacionarnos, la vida política, el tipo de Estado, las emociones, la cultura? ¿Cómo podemos seguir nuestro camino hacia la formación plena si no somos conscientes de que también somos esa guerra que hemos vivido, que no somos ajenos a ella, y que ha dejado herencias que tenemos que superar? No es imaginable que un profesional en Alemania no haya hecho en la escuela y en la universidad una aproximación crítica al Holocausto que es parte de su memoria, de su identidad, como este conflicto armado de tantos años y tan cruento lo es de nosotros, así no hayamos sido víctimas directas.

Al sistema educativo le compete, por supuesto, un papel preponderante en la formación de ese nuevo ciudadano para la paz, desde el reconocimiento de las falencias que nos han llevado a ser la sociedad que somos, y desde la tragedia humana que hemos vivido, para que aquello que hay de bueno y bello en la sociedad y en el país pueda expresarse con abundancia, con generosidad y, sobre todo, sea un bien común al servicio de todos.

La educación no es un atributo exclusivo del sistema educativo, también hemos dicho como Comisión de la Verdad, que a la narrativa de los dirigentes, de los decisores, de los medios de comunicación y a la doctrina de las iglesias les cabe una inmensa responsabilidad en la formación de ciudadanos para la paz.

No hablamos de imposiciones, ni de cartillas ni de doctrinas, porque no estamos en tiempos de dictaduras. Hablamos de dispositivos, discursos y argumentos para la deliberación y, muy especialmente, para asumir responsabilidades en el rol que compete a cada uno como ciudadano en la construcción del país en el que la Paz Grande se haga realidad. Una paz con justicia social. Una paz para todos. Una paz en la que la diferencia sea nuestra gran riqueza.