Alejandro Robayo Corredor
Profesional del Programa de Educación Socioemocional, Ciudadana y Escuelas como Territorios de Paz de la Dirección de Participación y Relaciones Interinstitucionales

Cinco ideas para construir escuelas como territorios de paz

Miradas a la educación

El Acuerdo de Paz de 2016 abrió la puerta, una vez más, al debate sobre cuál es el lugar de la escuela como institución en nuestra sociedad. El interrogante sobre el papel de la escuela no solo se deriva de las disposiciones del Acuerdo en torno a la educación rural o al impulso a la Cátedra de Paz. El cuestionamiento fundamental que se le hace a la escuela es cómo aporta en esta transformación general que implican los Acuerdos de Paz y cuáles son los cambios que debe generar en su interior para que desde sus aulas, canchas y espacios se viva la paz.

En este artículo quisiera proponer algunas ideas sobre qué significa que las escuelas se conviertan en territorios de paz. Para esto, se debe reconocer, en primer lugar, que las escuelas han sido territorios de la guerra. De acuerdo con la Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad, entre 1980 y 2021 se registraron 881 afectaciones a comunidades escolares por el conflicto armado, con una concentración del 41% de estos hechos entre 2002 y 2009 (CEV, 2022, 143). Allí se incluyen desde ataques directos a la infraestructura de las escuelas, hasta su utilización para realizar reuniones o ser lugares de descanso para los actores armados. Muchos niños y niñas que asistían a las escuelas fueron víctimas de reclutamiento forzado para engrosar las filas de los grupos armados. Igualmente, fueron desplazados forzosamente, lo cual implicó un fenómeno masivo y constante de deserción escolar principalmente en las zonas rurales, sin dejar de lado el fenómeno de las orfandades generadas por la guerra. Por supuesto, no menos importante, son las amenazas, intimidaciones y asesinatos contra docentes en zonas de conflicto cuando mostraban oposición a las intenciones o acciones de los actores armados.

Hemos tenido escuelas estructuradas por la conflagración, no solamente por la violencia que marcó y aún marca la vida diaria de muchos establecimientos educativos y sus entornos, sino porque ha prevalecido un currículo que no se ha preguntado por esta guerra cotidiana en muchas comunidades. En buena medida, han sido escuelas desconectadas de las realidades inmediatas de estudiantes y docentes que viven bajo el control territorial de los actores armados, pero que no abordan la reflexión de qué significa esto para sus vidas y proyectos a futuro. Cabe mencionar que esta desconexión con las realidades del conflicto es más profunda en las áreas urbanas, donde existe una alta recepción de población desplazada, cuyos niños y niñas llegan a las escuelas urbanas cargando en sus memorias y en sus cuerpos las huellas de los hechos victimizantes sufridos.

Igualmente, el sector educativo ha vivido las consecuencias de la priorización en el Presupuesto General de la Nación de los recursos asignados al sector Defensa. Esto ha producido la falta de financiación para atender problemas de infraestructura, alimentación y transporte escolar, dotaciones didácticas, contratación de docentes y orientadores, entre otros asuntos.

Es urgente preguntarnos ¿cómo puede la escuela convertirse en un territorio que posibilite la paz, tanto de sus propios integrantes como de la sociedad en general? ¿Qué debe asegurar y transformar la escuela para esta labor? Aquí quisiera proponer cinco ideas centrales para hacer de nuestras escuelas territorios de paz. Por supuesto, el punto de partida básico para esta labor es solucionar negociadamente el conflicto armado que permanece vigente en varias regiones del país y cesar las condiciones de violencia en medio de las cuales conviven muchas comunidades educativas.

  1. Garantizar el derecho a la educación. No solamente es esencial asegurar el acceso, la asequibilidad, la aceptabilidad y la adaptabilidad en la educación, sino también brindar las condiciones necesarias para que los sujetos que transitan y conforman las escuelas puedan permanecer y habitar los colegios sin obstáculos ni limitaciones. En particular, esto implica que el Estado garantice condiciones de vida digna para estudiantes, docentes y directivos, asegurando el presupuesto necesario para el funcionamiento adecuado de todo el sector educativo, a la vez que se generan condiciones materiales y simbólicas que permitan que las familias y las comunidades puedan garantizar sus necesidades y hacer realidad sus aspiraciones. No se trata de acabar exclusivamente con la violencia asociada al conflicto armado, sino de las violencias estructurales que niegan derechos -especialmente el derecho a la educación- y oportunidades en nuestro país.
  2. Permitir el desarrollo y fortalecimiento de la capacidad de pensamiento y memoria crítica. Esto implica dos asuntos en paralelo. Por un lado, brindar las condiciones para que los y las estudiantes y, en general, los actores que componen las comunidades educativas puedan analizar sus contextos de vida y proponer acciones para transformarlos. El pensamiento crítico no obliga a alinearse con una postura política en específico, sino más bien significa la capacidad para poder realizar lecturas de la realidad, desentrañando problemáticas específicas, identificando sus causas y consecuencias e ideando otras posibilidades. Por otro lado, la memoria crítica envuelve nuestra capacidad para rememorar y analizar nuestro pasado, reconociendo cómo los acontecimientos de tiempos anteriores explican nuestro presente. Por supuesto, en el marco del conflicto armado, la memoria crítica implica un compromiso ético para reconocer el dolor de las víctimas y dignificar su labor para demandar sus derechos a la verdad, la justicia, la reparación y las garantías de no repetición. Resulta entonces fundamental abordar desde las escuelas la historia de la violencia en Colombia y, en particular, del conflicto armado interno, preguntándose por cuáles han sido sus causas, pero también sus efectos sobre nuestro tejido social. Igualmente, se deben impulsar acciones para reconstruir las memorias de las escuelas, los barrios, las veredas, etc.
  3. Las escuelas deben ser espacios en los que se valore la diversidad y las múltiples identidades puedan ser expresadas. Esto implica que nuestras diferencias en términos de etnia, género, sexo, orientación sexual, religión, clase social, nacionalidad, creencias políticas, entre otras condiciones, no se conviertan en razones para que se nos nieguen oportunidades, se nos excluya de ciertos beneficios o sirvan de excusa para malos tratos. Lo anterior representa un reto pedagógico para la escuela, en términos de cuestionar prejuicios y creencias negativas alrededor de la diversidad o desactivar comportamientos discriminatorios, lo cual puede realizarse a partir de propuestas como la pedagogía del malestar (Zembylas, 2016). A la vez, involucra reconsideraciones en las regulaciones establecidas en los manuales de convivencia de los colegios sobre los cuerpos de los y las estudiantes, así como sobre sus formas de vestir y actuar. Igualmente, implica abordar asuntos curriculares alrededor de las identidades y la diversidad, que pueden ser analizados desde estrategias de integración curricular o espacios como la Cátedra de Paz o la Cátedra de Estudios Afrocolombianos.
  4. La participación debe ser la base de la democratización de la escuela y nuestra sociedad. El Acuerdo de Paz plantea una serie de medidas para generar la apertura del sistema político y profundizar la participación de una variedad de actores a través de diferentes mecanismos. La escuela debe estar constituida a partir de mecanismos democráticos que permitan la expresión de las perspectivas y propuestas de los diferentes estamentos de la comunidad, pero además procesos colectivos de toma de decisiones sobre los asuntos centrales de las instituciones educativas. Este asunto pone sobre la mesa el debate de cuáles son los cambios necesarios en la manera como se ejerce el poder en los colegios y cómo revitalizar la figura de los gobiernos escolares y otras instancias en las cuales tienen voz las familias y las comunidades en las cuales se encuentran las escuelas. Repensar la participación desde la escuela nos coloca ante el reto de pensar en la educación ciudadana y en la necesidad de que la escuela genere no solamente ciudadanos que conocen sus deberes, sino sujetos políticos que reclaman la garantía y el cumplimiento de sus derechos y son capaces de idear y poner en marcha propuestas de acción para mejorar sus comunidades.
  5. La formación de culturas de paz. Impulsar el cambio de los valores generados por décadas de conflicto armado, así como la generación de subjetividades que reconozcan la importancia de la paz y rechacen el uso de la violencia como método para resolver las disputas políticas o de cualquier índole, debe ser uno de los objetivos principales de las escuelas. Esta labor debe estar unida a la revaloración de lo propio, a la recuperación de los saberes, de las prácticas y los afectos que han permitido mantener las comunidades en medio de las adversidades. También implica aprender de otros/as a partir de diálogos horizontales en los que se puedan generar intercambios y aprendizajes, sin establecer jerarquías y, por supuesto, construyendo las condiciones para la pervivencia de todas las culturas.

Estas ideas son una invitación a abandonar la lógica de la competencia como núcleo central del sistema educativo para remplazarla por una lógica del amor, entendido como el pleno reconocimiento de lo otro (Maturana, 2001). Se trata de desplazar la dinámica de buscar ser o tener más que quienes nos rodean, por otra basada en la realización y el apoyo mutuos. Solamente este cambio de paradigma nos permitiría construir una sociedad que abandone las prácticas de eliminación física y simbólica de los adversarios y afirme la necesidad de garantizar la vida en todos sus niveles.

Por supuesto, este cambio no llegará si no es impulsado por ciertos actores y es allí donde las escuelas adquieren una mayor relevancia, pues ante todo las escuelas como territorios de paz son lugares “para vivenciar esperanzas de mundos mejores” (Fecode, 2016, 9). A partir de imaginar otras pedagogías, otros vínculos, otras escuelas, otras sociedades, e hilar sueños en la diversidad, podremos aprovechar la inmensa capacidad de la escuela para albergar y desatar transformaciones que hagan posible la paz.  

Referencias:

Comisión para el Esclarecimiento de La Verdad. (2022). No es un mal menor. Niñas, niños y adolescentes en el conflicto armado. Disponible en: https://www.comisiondelaverdad.co/hay-futuro-si-hay-verdad

FECODE. (2016). Escuela, territorio de paz. Disponible en: https://fecode.edu.co/ceid/images/documentos2017/Escuela%20territorio%20de%20paz.pdf

Maturana, H. (2001). Emociones y lenguaje en educación y política. Ediciones Dolmen Ensayo. En: https://des-juj.infd.edu.ar/sitio/upload/Maturana_Romesin_H_- _Emociones_Y_Lenguaje_En_Educacion_Y_Politica.pdf

Zembylas,M. (2016). “La pedagogía del malestar” y sus implicaciones éticas: Las tensiones de la violencia ética en la educación de la justicia social. Revista de Educación. Año 7, No. 9, pp. 59-76.