Fredy René Aguilar Calderón
Comunicador Social - asesor Subsecretaría de Calidad y Pertinencia

De la pizarra a la tableta digital

Crónicas pedagógicas

“No puedes educar a tus hijos como lo hicieron tus padres contigo, pues ellos te educaron para un mundo que ya no existe”  Vidal Schmill, pedagogo mexicano. 

La educación cumple un mejor papel transformador cuando es capaz de interpretar los nuevos tiempos y es capaz de aceptar la necesidad de nuevos horizontes, nuevos contenidos y medios pedagógicos para cumplir su inmensa labor y responsabilidad social. Con la pandemia todo cambio. La escuela y la educación no son ajenas al obligado cambio y sus impredecibles desarrollos. La transformación pedagógica de la escuela y la enseñanza ya no es solo un deseo, un ideario educativo, sino una necesidad imperiosa.

De hecho, el mundo ya cambió. Los acontecimientos de los que hemos sido testigos solo son comparables con las historietas de ciencia ficción a las que teníamos acceso durante la infancia o en la temprana juventud. Para no ir tan lejos: ¿alguien creyó que gracias a la ingeniería genética podríamos tener una réplica exacta de otro ser vivo? O tal vez que ¿desde un teléfono móvil podríamos comunicarnos, en cuestión de segundos, con alguien que está en el extremo opuesto del mundo, hacer pagos, controlar todos los electrodomésticos sin estar en casa, ver televisión, escuchar música, tomar fotografías, hacer videos, transmitir en vivo y pedir un taxi?, todo esto sin movernos de un solo lugar.

A todos estos abruptos virajes “futuristas” no ha sido ajena la educación y las maneras de concebirla, transmitirla, ejercerla y recibirla, pues paulatinamente hemos pasado de la vieja pizarra, del tablero acrílico a la tableta digital.

Cuando los tiempos eran jóvenes, la educación se llevaba a cabo mediante la tradición oral, el traspaso de conocimientos era verbal, de una generación a otra. El narrar historias que sucedieron era el único registro y la única verdad.  

Establecida la idea moderna de la educación -en las ágoras griegas y los salones y liceos de las civilizaciones antiguas- el docente se apoyaba en su propia retórica y, en algunos casos, las paredes eran el espacio donde podían escribirse o graficarse algunas ideas, escenas de la vida cotidiana, para que los estudiantes observaran y fijaran mejor los conocimientos que se les impartían a través de discursos. Con la revolución industrial llegaron las famosas pizarras verdes (en algunos casos eran negras) con las cuales muchos de nosotros, ya en el siglo 20, estudiamos.[1]

En los 90 llegaron las pizarras acrílicas (blancas, sobre las cuales se escribe con plumones) que han coexistido -y coexisten todavía- con las clásicas superficies verdes y sus complementos naturales, las tizas de colores y almohadillas para borrar. Hoy los profesores de colegios y universidades con mayores posibilidades en términos de infraestructura han reemplazado las pizarras físicas con las proyecciones, los Power Points, los Prezis y demás herramientas de la educación multimedia cargada de gadgets y artilugios que forman parte de las denominadas TIC aplicadas a la tarea de educar. Sin embargo, la imagen de la pizarra es probablemente la que mejor representa al maestro de aula.[2]

Hagamos memoria

En algunas escrituras de la India del siglo XI, se menciona el uso de pequeñas tablillas hechas de roca pintada de negro, para la enseñanza. El maestro sostenía la tablilla con una mano, frente a los alumnos, y con la otra escribía o dibujaba aquello sobre lo cual trataba la lección. Durante la Edad Media el uso de estas tablillas se hizo más extenso por Europa, aunque no hay registros históricos que confirmen, con fechas exactas, en qué lugar del mundo estuvo el primer salón que utilizó una pizarra.

La invención de las pizarras pintadas de verde se le atribuye a un educador y experto en geografía nacido en Escocia, James Pillans, quien además habría inventado la primera receta o fórmula para hacer tizas, material complementario que le da razón de ser a la pizarra. ¿Con qué escribir sino sobre esta superficie pintada hecha de piedra? Pillans incluso habría sugerido que las pizarras, inicialmente negras, fueran verdes ya que este color es menos duro para la vista y permite que resalte la tiza blanca y sus variables. Las tablillas aumentaron de tamaño y empezaron a colgarse en la pared. Había nacido la pizarra tal y como la conocemos.

Martin Heit, un fotógrafo coreano, inventó la pizarra blanca acrílica. La idea se le vino a la mente al notar que podía escribir con plumón sobre los negativos de las fotos que tomaba y borrar los trazos con paños húmedos. Inicialmente, Heit utilizó estas pizarras acrílicas en su ámbito personal, ubicándolas en su estudio para anotar fechas, detalles de sus actividades, etc. Sin embargo, en la década de 1960 vendió su invento a Dri-Mark, una compañía que comenzó a comercializarlas. Pero no fue sino a partir de los años 90 que tomaron fuerza, por su elevado precio de costo y las dificultades de colegios y universidades para equipar sus aulas con las nuevas pizarras.

El uso de las clásicas pizarras verdes se había extendido en todo el mundo educativo y académico. El maestro se hizo inseparable de su pizarra y sus tizas. Sin embargo, esto tuvo también una consecuencia negativa: el riesgo de sufrir afecciones respiratorias a causa del polvillo que las tizas soltaban en cada escritura y borrado de la pizarra. Esto motivó que las pizarras acrílicas blancas fueron vistas como un adelanto tecnológico que libraría a los docentes de este problema y, poco a poco, según el tipo de escuela, las pizarras blancas fueron reemplazando a las verdes, generando toda una revolución, tanto en el aspecto del aula, como en las industrias asociadas a las pizarras: plumones, almohadillas para plumones y otros accesorios novedosos surgieron como parte de este cambio que todo docente de más de 50 años de edad debe recordar bastante bien.

En pleno auge de los adelantos tecnológicos, los cambios de herramientas se hicieron más y más vertiginosos, aunque nunca dejamos de ver en los salones de colegios, universidades y hasta en las salas de reuniones de empresas o instituciones estatales, una o varias pizarras listas para las anotaciones de puño y letra de profesores, alumnos, gerentes y jefes de equipos de trabajo. Junto a las pizarras hoy contamos con proyectores (que también tuvieron una evolución propia), uso de equipos multimedia que integran la reproducción de DVD, archivos digitales en video y uso de presentaciones en diapositivas que, más que reemplazar, interactúan y se combinan según las necesidades de cada clase.[3]

Evolución de la pizarra en Colombia

Igual que ocurre hoy, a comienzos del siglo XX los colegios y escuelas fueron considerados una de las principales fuentes de contagio de la Gripe Española. En la mayoría las escasas escuelas públicas de entonces se utilizaba la pizarra individual como principal medio de trabajo en el aula. El uso del cuaderno era un privilegio del cual disponían solo unos pocos. Los niños solían escupir en las pizarras e incluso pasar su lengua en el afán de limpiarla. De igual manera ellos estudiaban aglomerados en bancas y mesas. Lo pupitres personales o para dos no existían tampoco. Condiciones que hacían de las escuelas una fuente de contagio y propagación de las enfermedades y extensión de las epidemias.[4]

Como lo documentan y explican los pedagogos e investigadores Javier Sáenz Obregón, Óscar Saldarriaga y Armando Ospina, en su libro Mirar la infancia: pedagogía, moral y modernidad en Colombia, 1903-1946, “La escuela pública por sus condiciones higiénicas era considerada un lugar propicio para la enfermedad y el contagio, el hacinamiento y la promiscuidad de los niños, las enfermedades contagiosas y las epidemias, sumadas a la falta de aseo y a la incuria de los maestros convertían la escuela pública en un lugar peligroso para la salud. Por esto se buscaba infructuosamente que la escuela cumpliera con los requisitos de higiene o que fomentara un mayor aislamiento entre los niños con el fin de evitar los contagios, preocupación que se plasmó en los pupitres unipersonales”.

“Las enfermedades y el contagio desterraron las pizarras de la escuela teniendo en cuenta que este elemento era de uso común e intercambiable entre los niños. La resolución 569 del 6 de agosto de 1928, expedida en el Valle del Cauca, suprimió el uso de las pizarras en las escuelas, los estudios realizados por los higienistas mostraron que ella era el vehículo más eficaz para la transmisión de toda clase de microbios”. El Decreto 1667 de 1928 prohíbe su uso a nivel nacional, señalando que “el empleo de la pizarra es considerado como ineficaz y antihigiénico”.

“Muy difícil es conseguir que en cada escuela le corresponda al niño una misma pizarra para sus ejercicios; casi siempre las pizarras van de mano en mano y en ella —según estudio de los médicos pasan el millón de microbios que contienen cada centímetro cuadrado de su superficie. Por lo regular borra con la mano mojada y muchas veces lo hace con la lengua”.

En 1936, el Ministerio de Educación Nacional determinó que “cada niño tendrá su pupitre o lo más que se podrá en un pupitre doble con otro, sus puestos en las clases, el refectorio y el dormitorio deben ser siempre los mismos para cada uno. Sus útiles de estudio y uso personal no deben ser usados por ningún alumno a menos de ser desinfectados, debe tratarse de que entre niños no haya ningún contagio” (Sáenz, Saldarriaga y Ospina).

Así las cosas, el cuaderno hizo su aparición. En América Latina los primeros cuadernos aparecieron durante la segunda mitad del siglo XIX, cuando comenzó la fabricación de papel. En esa época el papel era un recurso muy escaso y de alto valor monetario. Solo fue hasta cuando la producción de papel fue masiva y más económica que el cuaderno se transformó en el principal de las aulas de clases.

Las fábricas de pupitres y de tiza

“…los pupitres dobles en los que entonces nos sentábamos eran exactamente iguales a los que, cincuenta años después encontré en la escuela de la aldea de Cidadelhe, en la comarca de Pinhel, cuando iba conociendo gentes y tierras para meterlas en Viaje a Portugal. Confieso que no pude disimular la conmoción cuando pensé que quizá me hubiera sentado en uno de ellos en los primeros tiempos. Más decrépitos, manchados y rayados por el uso y la falta de cuidados, era como si los hubieran transportado desde el Lago do leão y de 1929 hasta allí…” Las pequeñas memorias, José Saramago

Habiendo desaparecido las poco asépticas pizarras, se dio anchura y cabida a una modernidad que se representaba en cuadernos, pupitres y tiza, erigiéndose como las nuevas herramientas de la escuela y, como toda novedad, onerosa y fuera del alcance de una sociedad pobre, con aún marcados visos feudales.

Para hacer frente a estas nuevas exigencias “modernistas” sin exceder el presupuesto y en aras de optimizar recursos, el Distrito optó por crear sus propias fábricas de pupitres y de tiza, garantizando así el mobiliario y los materiales en las instituciones educativas.

La fábrica distrital de pupitres funcionó en el barrio San Blas, desde los años 60 hasta mediados de los años 90. Allí se elaboraron durante décadas, los pupitres de madera con estructura de varilla triangulada, en los que muchas generaciones de habitantes de Bogotá se sentaron y apoyaron sus cuadernos, en los que tomaban nota de lo plasmado por sus maestros en las viejas pizarras, o emulando los trazos con tiza blanca en los eternos tableros verdes.

La fábrica distrital de tizas funcionada en la localidad de Puente Aranda. Fue clausurada a comienzos de los 90, a raíz de las quejas de la ciudadanía por la contaminación que esa industria generaba, no solo en el ambiente sino en las aguas residuales. De hecho, según el artículo 130 del Acuerdo 40 de 1992, el distrito pagaba una Prima de Riesgo mensual a funcionarios de algunas entidades, ahí se incluían los operarios de la fábrica de pupitres San Blas y los de la fábrica de tiza de la Secretaría de Educación, ya que estaban muy expuestos.

Sobreponiéndose a la nostalgia de los pupitres con estructura metálica a la que se adherían tablas burras con superficie rugosa, en las que quedaron plasmadas, a través de rayones y jeroglíficos a veces indescifrables, las historias de las generaciones que por allí pasaron, la Secretaría de Educación del Distrito debió estar acorde con los cambios propios de la modernidad e ir actualizando, no solo los pupitres sino también los tableros, dando el salto hacia nuevas tecnologías.

De acuerdo con información suministrada por la Dirección de Dotaciones Escolares de la SED, actualmente en 197 colegios de 19 localidades, se han instalado y entregado 432 pantallas all in one de 65 pulgadas. La entrega de este tipo de pantallas se llevó a cabo gracias a la celebración de distintos contratos de dotación de elementos de tecnología entre los años 2018 y 2021, acorde con los recursos destinados y como respuesta las solicitudes de los rectores y rectoras de las instituciones educativas.

Así mismo, y rindiéndole un tributo a la nostalgia, aún existen 36 tableros de tiza, y en 693 sedes, todavía hay tableros acrílicos.

A continuación, se relaciona información de otro tipo de tableros:

DESCRIPCIÓN CANTIDAD IED CANTIDAD ELEMENTOS 
T-Board 85 85
Tablero acrílico  400 42.198
Tablero porcelanizado  45 339
Tablero papelógrafo  65 1.581
Tablero pentagramado  32 32
Tablero móvil 306 2.790
Tablero interactivo  212 914
Tablero digital  107 440
Talero electrónico  104 382
Fuente: Dirección de Dotaciones Escolares (según información reportada por las IED)


Una pandemia digitalizada

A partir de la aparición —célebremente triste— en 2020, del coronavirus de tipo 2, más conocido como COVID-19 (acrónimo del inglés coronavirus disease), la vida del mundo entero dio un vuelco absoluto, pues casi todo lo que era dejó de serlo. El distanciamiento social y la virtualidad se convirtieron en la única tabla de salvación y de paso cambiaron las maneras de relacionarnos.

No ajena a ello, la educación sufrió una disrupción sin precedentes. Ni siquiera los países más desarrollados estaban listos para asumir la virtualidad como la principal manera de impartir y recibir conocimientos. Si bien, cada día la tecnología allanaba más terreno en la vida de los humanos, los avances y cambios se daban progresivamente; pero bajo la presión inimaginable que solo acontecimientos como una pandemia puede generar, el salto obligado fue de magnitudes abismales.

En América Latina la pandemia de coronavirus provocó el cierre temporal de miles de colegios, afectando a 160 millones de estudiantes, según estimaciones de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco).

Según Claudia Uribe, Directora de Educación para América Latina de la Unesco, la conectividad debería ser un derecho humano, y mientras esto no ocurra la región está expuesta a enfrentar una catástrofe generacional.

De hecho, el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), calcula que cerca del 20% de la población latinoamericana no tiene acceso adecuado a internet móvil.

Con el COVID-19 como espada de Damocles, la conectividad, la flexibilización curricular y la innovación pedagógica fueron prioridad en la agenda del sector educativo de Bogotá. Teniendo presente que un grueso de los estudiantes no tenía la posibilidad de acceder a un dispositivo tecnológico con conexión a internet, se vislumbraron y pusieron en práctica diferentes alternativas como guías físicas y parrillas de programación educativa a través de la radio y la televisión públicas. Sin embargo, de un día para otro, en el imaginario colectivo se enraizó la idea de que el hecho de tener un dispositivo y acceso a conectividad prácticamente marcaba la diferencia entre continuar con el proceso educativo o empantanarlo.

Ante este escenario las tabletas cobraron todo el protagonismo, pues pasaron de ser el lujo de unos pocos, a la pizarra y el cuaderno modernos, elementos básicos dentro de los útiles escolares.

La Secretaría de Educación del Distrito no ha sido inferior al reto que se posó ante toda la comunidad educativa, por ello diseñó y puso en marcha la estrategia Cierre de brechas digitales, a través de la cual buscó contribuir, por medio de la entrega de dispositivos y garantizando conectividad y acompañamiento, con el desarrollo de habilidades digitales. Con esta estrategia se pretende beneficiar a más de 105.000 estudiantes de colegios distritales, focalizados por su condición de vulnerabilidad.  

En el marco de esta iniciativa, surgió la ‘Ruta 100K ¡Conéctate y aprende!’, una estrategia que contempla una intervención integral con tres momentos: acceso a dispositivos, conectividad y formación para el desarrollo de habilidades digitales. En este último, además de la entrega de dispositivos y conectividad, se contemplan dos etapas de apropiación para los estudiantes. La primera se ha desarrollado (en alianza con Microsoft Education), a lo largo del primer semestre del año escolar, y se ha ocupado de fortalecer los procesos de conocimiento de los dispositivos, desde su exploración y reconocimiento, hasta las características de la conectividad.

Posteriormente, se trabajó en el uso y la apropiación de la Suite de Office 365, la plataforma que la Secretaría de Educación utiliza para la generación de ambientes de aprendizaje virtuales. De esta manera, los dispositivos han permitido a los estudiantes conectarse con sus escuelas y maestros. Hasta ahora se han dispuestos más de 30 espacios tipo talleres virtuales con contenidos de apoyo gráficos y en video.   

En una segunda etapa los estudiantes participarán en una serie de actividades que involucrará contenidos interactivos, juegos y retos a resolver, con el objetivo de generar prácticas de interacción responsable y propositiva en el mundo digital. Se identificarán riesgos y se desarrollarán habilidades relacionadas con la creación de contenidos en aras de fortalecer el pensamiento crítico, entre otros. Esta segunda parte se implementará en alianza con AcdiVoca y USAID.   

El cumplimiento de esta meta estaba previsto a lo largo del cuatrienio, conforme a lo proyectado en el Plan Distrital de Desarrollo “Un Nuevo Contrato Social y Ambiental para la Bogotá del siglo XXI”; sin embargo, la SED adelantó todos los procesos jurídicos, administrativos y contractuales que permitieran cumplir anticipadamente la meta en el presente semestre, y estar a la altura de las demandantes circunstancias actuales.

Ahora bien, en lo que refiere al cronograma de entrega de las tabletas y portátiles, estos fueron entregados en los primeros 9 meses del año 2021, resultado de las circunstancias del orden público y de las medidas de bioseguridad que determinen los Gobiernos nacional y distrital en el marco de la emergencia sanitaria por COVID-19, así como por la respectiva disponibilidad de padres de familia y estudiantes para poder acercase al colegio para recibir su dispositivo. De igual manera, esto también se vio afectado por los procesos de la fabricación, transporte y alistamiento, de los fabricantes y operadores, así como de las IED en la preparación de las medidas asociadas a su Retorno Gradual, Progresivo y Seguro, para garantizar todas las condiciones de bioseguridad en el proceso de entrega.

La meta fijada por la administración distrital para contribuir con el cierre de brechas digitales fue entregar 100.000 dispositivos electrónicos a adolescentes y jóvenes de los colegios oficiales de Bogotá, de los niveles de secundaria y media. Gracias a procesos contractuales se compraron 96.183 tabletas y 5.166 portátiles; así mismo, con la Donatón por los Niños, se recolectaron 1.057 equipos, y con el convenio con el Grupo de Energía de Bogotá se obtuvieron 2.509 portátiles adicionales.

Finalmente, el 7 de septiembre, la Secretaría de Educación del Distrito, hizo entrega del dispositivo 102.000, en el colegio Los Alpes, de la localidad San Cristóbal, la misma localidad en donde décadas atrás funcionaba la fábrica de pupitres del distrito. Bellas coincidencias.

Tabla 1. Cantidad de dispositivos entregados en instituciones educativas distritales

Tabla entrega de dispositivos a colegios