Carol Malaver
Periodista, subeditora de la sección Bogotá del diario El Tiempo

La profe que pasó de dormir con su familia en un cuarto a ser la mejor en Iberoamérica

Crónicas pedagógicas
En reconocimiento a la profesora Sídney Carolina Bernal Villamarín, docente del Colegio distrital Enrique Olaya Herrera, de la localidad de San Cristóbal, y ganadora del Noveno Concurso Iberoamericano de Excelencia Educativa de la Fundación para la Integración y Desarrollo de América Latina (Fidal), publicamos la crónica del diario El Tiempo,  escrita por  Carol Malaver, Subeditora de la sección Bogotá. Se publica con su autorización.

Sindey Carolina Bernal Villamarín tiene alma de niña. Su voz se escucha divertida, infantil y su cabello de colores en definitiva no demuestran los 37 años de vida de esta bogotana, ni que, a su corta edad, haya sido elegida la mejor profesora de Iberoamérica. Su historia, en cambio, está llena de carencias, momentos difíciles, unión familiar, estudio y, sobre todo, deseos de superación y es ahí en donde se puede comprender por qué llegó a donde llegó.

Cuenta que sus abuelos maternos eran de Sutamarchán (Boyacá) y los paternos de Machetá (Cundinamarca) y que ellos ayudaron a sus padres cuando decidieron tener una familia. .

Cuando ella y su hermano Juan José Bernal Villamarín eran apenas unos bebés vivían los cuatro en una sola habitación en el barrio San Vicente Ferrer de Tunjuelito. “Luego nos trasteamos a otra pieza, pero con mis abuelos maternos. Fue en ese momento cuando mi papá empezó a trabajar como agente de tránsito o ‘chupa’ y mi mamá era ama de casa”. En aquella época las carencias eran de todos los días y en uno de esos al padre de Sindey lo obligaron a vender diez boletos de una rifa cuyos premios eran motos, carros y un apartamento. Cada empleado tenía que ayudar. “Él vendió todas menos una. Le contó a mi mamá y ella le dijo que le tocaba comprarla. Valía como 10.000 pesos en el 86”.

El día del sorteo, paralelo a la de una famosa lotería, todos se fueron a dormir. Nunca se habían ganado nada. “Al otro día llamaron a mi papá. Le dijeron que ya tenía apartamento. ¡Ya no tendríamos que dormir todos en un cuarto! Mi hermano tenía cuatro años y yo uno. Mi mamá, que no le gustaba el trago, ese día se los tomó”.

Así se pudieron trastear al conjunto Santander, en El Tunal. Allí Sindey y su hermano crecieron felices cada uno en su alcoba, aunque sin camas. “Después de mucho trabajo mi papá nos compró una. Cada momento fue muy especial. Antes dormíamos todos en una”.

Su padre llegó a ser teniente y cuando estuvo a punto de ser capitán se acabó la Secretaría de Tránsito y la pobreza otra vez llegó a su familia. “Fue un golpe tremendo porque él era el único que trabajaba”. Y mientras esa situación los sacudía ella y su hermano sacaban adelante sus estudios, él en el Inem y ella en el colegio técnico Menorah.Juntos querían ser profesionales. “Mi hermano quería ser ingeniero de sistemas entonces, a los 15 años, se tenía que ir a pie desde el Tunal hasta La Candelaria porque no teníamos ni un peso para el bus. A los 17 años comenzó a trabajar”.

Sindey se graduó a los 16 y al año siguiente laboró como promotora lúdica en una caja de compensación. “Aunque con la liquidación mi papá montó un café internet la plata no alcanzaba. Entonces entre semana trabajaba y el fin de semana le ayudaba. Así sobrevivimos, también porque mi hermano comenzó a reparar computadores”.

Pronto esta joven comenzó su licenciatura en Diseño Tecnológico en la Universidad Pedagógica. “Como me habían dado un cheque de 100.000 pesos por ser la mejor bachiller de mi colegio solo me faltaban 31.000 para el primer semestre. También tenía que estar en una EPS y nosotros no teníamos desde que mi papá perdió su trabajo.


Nos tocó conseguirnos plata y afiliarnos. El día de la radicación me tocó caminar desde la universidad hasta un edificio en el centro para inscribirnos y luego devolverme igual. Nunca se me olvidará”.

Cada esfuerzo por forjar el sueño de ser una profesional valió la pena. Sindey vio a su hermano graduarse con honores como Ingeniero en la Distrital y, con su ayuda, ella siguió su ejemplo. “Él ha sido mi ángel, siempre me ha dicho que la educación iba a ser la única forma de ayudar a mi familia y a cambiar realidades. Apenas tuvo un peso en el bolsillo nos compró camas, repuso una estufa que se nos estalló, me ayudó con la ropa del grado”. Son cosas simples, pero para esta familia la unión ha sido la clave de su progreso.

Sindey Carolina Bernal con estudiantes

Sindey Carolina Bernal es maestra en el colegio distrital Enrique Olaya Herrera.
Foto: Cortesía Sindey Carolina Bernal

La universidad 

Cuando Sindey iba en la mitad de su carrera y trabajaba los fines de semana, un docente de la universidad le ofreció ser monitora de investigación en un proyecto. Le explicó que pagaban dos salarios mínimos por semestre. “Me puse muy feliz porque eso me iba a servir mucho para los transportes”. Así y ganando la matrícula de honor Sindey lograba pagar menos plata por semestre. “Increíble, eran como 130.000 pesos, pero no teníamos cómo pagarlos. Yo incluso almorzaba en la universidad y eso me ayudó bastante”.

Comenzó a convertirse en amante de la investigación sin saber que eso iba a impactar en su vida. “Me vinculé con un grupo que ofrecía ayudas tecnológicas a personas en condición de discapacidad”.


Trabajaron en un dispositivo para ayudar a una persona con discapacidad visual y que esta detectara objetos cercanos. “Después llegó el momento de hacer mi tesis de grado y a mí siempre me distraía una clase en la que un intérprete ayudaba a una persona sorda. Quería aprender a comunicarme como ellos. Por eso me inscribí en una electiva que se llamaba Lengua de Señas y terminé haciendo mi tesis del mismo tema. Recordé a mi profesor John Páez, quien me dijo que yo tenía que hacer un proyecto de vida”. Así creó un sistema que reconoce la voz y la traduce a lengua de señas colombiana. Fueron muchas noches de estudio hasta el día en que le dijeron, por primera vez, licenciada. Eso fue en julio de 2008.

El trabajo

Su primer trabajo fue en el colegio Cafam de Bella Vista en el área de diseño. “Allí, a pesar de que yo me ganaba solo 900.000 pesos, y mi hermano tres millones habiendo estudiado ambos cinco años, debo decir que aprendí mucho. Lo tomé como un aprendizaje”.

Pronto Sindey y su hermano comenzaron a ayudar a sus papás y tres años después ella consiguió concursar y trabajar en el Distrito. “Me salió una vacante en un colegio de Ciudad Bolívar, en el José María Vargas Vila. Era en el barrio El Paraíso, tan lejos que a mí me recogían en el paradero de El Tunal todos los días”. Fue una de las mejores, pero más duras experiencias de su vida. Entendió que, pese a su pobreza, había niños que vivían realmente mal.


Le dolía cuando le decían que un niño había muerto en medio de una limpieza social, cuando llegaban panfletos amenazantes, cuando sus estudiantes le contaban que habían sido abusadas por sus parientes. “En la zona había mucha droga, violencia intrafamiliar, delincuencia y eso afectaba a los niños. La pobreza de ellos era tal que algunos compartían un cepillo de dientes para toda la familia”. Sindey llegaba a su casa y se ponía a llorar. “Le agradecía mucho a mi familia porque a pesar de la pobreza lo tuvimos todo: amor, comida”.

Para esa misma época ella conoció al padre de su hijo, otro profesor con quien sostuvo una larga relación, pero quien terminó siendo su verdugo. “Tristemente hice parte de las estadísticas de violencia intrafamiliar”. Cuando su hijo tenía cuatro años, recibió 10 días de incapacidad y ella 35. “Para mis padres, eso fue muy duro porque se salía de todo el modelo de familia nuestro”. Ella recibió ayuda de la Línea Púrpura del Distrito y por eso pintó su cabello de ese color. Salió adelante a pesar de lo vivido, acabó con su relación y se propuso, junto con su hijo, conquistar el mundo. Terminó su maestría en Tecnologías de la Información Aplicada a la Educación y luego su doctorado en Educación Inclusiva en la universidad de Baja California, en México, país que visitó.

De ahí en adelante, todos los países que ha conocido ha sido gracias a su ‘pilera’ para los proyectos y sacarlos adelante y por presentarse a congresos. Así no solo conoció Europa, sino que en el 2018 pisó tierra en Corea del Sur gracias a una beca para profesores colombianos que da ese país por apoyo en la guerra. “Cuando llegué lloré. Fue genial aprender, salir de las ideas erróneas de una cultura y conocer la verdad, lo bello. Además, aunque no es de allá, amo a Dragon Ball Z”. (Risas)

Le fue tan bien que luego los coreanos la escogieron para visitarla y llegaron al colegio en donde trabajaba. “Yo les mandé a hacer ajiaco, les di alcaparras, les fascinaron. Mi papá nos trajo almojábanas de Soacha y ellos comieron delicioso con agua de panela. Los niños, felices”.

Con ese mismo empeño Sindey participa en eventos que le han dejado premios, como el de 20 computadores para la sala de informática de sus amados estudiantes. “Hace nueve años estoy en el colegio 20 de julio Enrique Olaya Herrera porque sufro de rinitis y el frío en Ciudad Bolívar me hizo mucho daño. Allí he potenciado mi semillero, siempre abierta a recibir ayudas de otras disciplinas. Mi familia me enseñó que la unión hace la fuerza”.

Ahí los jóvenes estudiantes, la mayoría de grado décimo y once, conocen a niños de otros salones y aprenden de sus emociones. Entre los frutos del semillero están la creación de aplicaciones web y móviles para la enseñanza de la Lengua de Señas Colombiana
. Del proyecto también surgió un giroscopio que reconoce movimientos de la cabeza como si fuera un mouse de computador, para menores con discapacidad en sus miembros superiores. Ahora Sindey, quien hace otro doctorado en Manizales, en Formación para la Diversidad, está empeñada en trabajar con niños a quienes los problemas mentales los afligen.

Por todo esto y más, Sindey se hizo con el galardón en el Noveno Concurso Iberoamericano de Excelencia Educativa de la Fundación para la Integración y Desarrollo de América Latina (Fidal), certamen que valora trabajos que impulsen el mejoramiento de la calidad de la educación en la región y fortalezcan la investigación en preescolar, básica y media en instituciones educativas urbanas y rurales. Lo logró gracias a su proyecto Inclutec (Inclu= inclusión, Tec= Tecnología), que utiliza herramientas e innovaciones tecnológicas para garantizar la inclusión.

Para esta profe, la educación es la única forma de cambiar realidades. “Siempre voy a tener los pies sobre la tierra, pero los niños me han dado felicidad, los mejores años de mi vida, ahora yo quiero llenar su vida de color”. Y tanto es así que, cuando va caminando por ahí, le dicen: ahí va nuestra profe de colores.